Armero, de pueblo lleno de vida y prosperidad a pueblo fantasma

Años después de la tragedia que arrasó la población y dejó 25.000 muertos, las heridas siguen sin cicatrizar y la soledad sigue siendo la mayor presencia en la zona.


Noticias RCN

nov 13 de 2015
11:37 a. m.

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Ana María Cuartas Peña / NoticiasRCN.com
Cuando pisé el suelo donde antes estuvo el pueblo sentí escalofríos. A mi alrededor, un paisaje totalmente devastado por la fuerza de la naturaleza, una ciudad que después del fatídico 13 de noviembre sigue oliendo al lodo que dejó la avalancha. Armero, que en su época fue considerado el municipio más próspero del norte del Tolima por sus grandes plantaciones de algodón y arroz, ahora sólo es un pueblo fantasma.
En el Parque Fundadores, conocido como el 'corazón de Armero' y donde los domingos la mitad de la población armerita se sentaba a escuchar a los tradicionales culebreros, donde los padres llevaban a sus hijos quienes corrían, jugaban y gritaban, donde se agrupaban todas las actividades culturales y folclóricas del municipio, hoy hay silencio. El 'corazón de Armero' está desolado. 
A pesar de que el sol brilla con intensidad en los otros municipios tolimenses, el día en Armero es gris.
-Son 4.700 pesos, dijo el conductor.
El bus intermunicipal me deja en la variante de Armero. En una valla blanca en la entrada del que una vez fue el pueblo, puedo leer: "Parque a la vida. Unidos honraremos la memoria de nuestros seres queridos. Gobernación del Tolima. Alcaldía Armero-Guayabal. Corporación Armero Parque a la vida".
Por la carretera principal vía a Ibagué solo quedan los esqueletos retorcidos de las edificaciones. De los tres pisos del Hospital San Lorenzo sólo se puede ver el último, porque los dos restantes quedaron enterrados. El lodo volcánico ha hecho renacer la vida en Armero: la vegetación se torna abundante años después de la tragedia que borró la vida humana.
Parece increíble que un pueblo tan próspero, con una economía establecida y una vida totalmente organizada y tan lleno de vida, hoy sea una ciudad fantasma con un aspecto desértico circundada de tumbas y cruces. El pueblo pasó de ser una ciudad bulliciosa y alegre a un gigantesco camposanto. Irónicamente el único lugar de Armero que no sufrió ningún daño fue el cementerio, ya que se encontraba ubicado en la ladera más alta del pueblo.
Camino a través del Parque Fundadores, cerca de unos turistas que están mirando la cruz blanca donde S.S. Juan Pablo II oró de rodillas por las víctimas el 6 de julio de 1986, exactamente  siete meses y 23 días después de ocurrida la avalancha del Nevado del Ruíz. A mi lado se encuentra un vendedor de DVD, que anuncia a 10.000 pesos, a grito de pulmón, sus películas piratas sobre el especial que Noticias RCN y Discovery Channel hicieron para un aniversario de la tragedia.
Los visitantes comentan entre sí la probabilidad de que gran parte de la población armerita se hubiera podido salvar si se hubiese realizado un plan básico de desastres, critican la negligencia y la despreocupación del gobierno local.
Andrea, la guía del Parque de la Vida, me dice que me cobra 5.000 pesos por acompañarme y explicarme cuáles son los espacios estratégicos del pueblo. 
Caminamos unos pocos metros y nos encontramos con el “Monumento a la Vida” construido por el artista Hernán Darío Nova, el cual se encuentra en el centro del antiguo parque Los Fundadores formado por cuatro columnas que representan los puntos cardinales. El monumento encarna el relieve del tejido arquitectónico del antiguo Armero. Pasados unos minutos, Andrea nos indica el camino a seguir: la bóveda del Banco de Colombia.
-Los ladrones no dejaron nada, eso fue lo primero que se llevaron a los poquitos días, nos comenta.
La caja fuerte está intacta y sirve para colocar dos lápidas de mármol de color gris con los nombres de sus empleados. Entramos a la bóveda: está llena de mugre, lama, maleza y telarañas. 
En su época cumbre, Armero contaba con la presencia de grandes entidades bancarias y los días siguientes a la trágica noche del 13 de noviembre se registraron pérdidas por millones de pesos, 50 colegios destruidos, 200 maestros y 4.000 estudiantes desaparecidos, dos hospitales arrasados, casi 5.000 viviendas en ruinas, acueductos, alcantarillados, redes de energía hechas trizas. La erupción del volcán representó para la población afectada un fuerte retroceso, tal vez tan cruel como el de una guerra.
Seguimos caminando durante 15 minutos por una vía abandonada, hasta que llegamos al sitio más reconocido de la ruta: la tumba de Omaira Sánchez, símbolo insigne del apocalipsis de Armero, que acaparó la mirada de todo el mundo. En su mausoleo se visualizan más de 120 placas de acción de gracias por los favores recibidos de la "niña santa"; además de peluches, camándulas, flores y veladoras.
En el lugar donde padeció los cuatro días de agonía ante los lentes expectantes de las cámaras de televisión, que seguían pasó a paso la tragedia, se encuentra una frase de su madre y su hermano: "Fuiste una niña dulce y bella, ejemplo de humildad y de dulzura, tu paciencia de santa consumada conmovió el duro corazón del hombre, ibas por los verdes caminos de tu pueblo nativo Armero, ardiente el sol sonreía sobre tus cabellos, tus dulces ojos contemplaban las fértiles tierras colmadas de algodonales, arrozales y cafetales".
En la valla cerca de su sarcófago, hay una fotografía de la niña con un traje típico, bailando en las danzas del colegio, seguida por su imagen agonizante que le dio la vuelta al mundo.
Frente a la tumba de Omaira imagino la noche de la tragedia: madres desesperadas llamando a sus hijos, vehículos conducidos por personas enloquecidas que atropellaban a la gente que huía, la descomunal ola de lodo que arrasó con todo a su paso, destruyó por completo la estación eléctrica, dejando la ciudad en completa oscuridad. Solo bastaron 15 minutos para arrasar con la vida de más de 20.000 personas. El pueblo desapareció en medio de los gritos de desesperación e impotencia de sus habitantes.
A los pocos días de pasada la catástrofe cientos de armeritas fueron haciendo las tumbas como homenaje a sus familiares y amigos muertos, sobre las que inscribieron frases que alcanzaron cierta calidad literaria. Cómo una leyenda que encontré cerca de la gigantesca piedra que trajo la avalancha, visitada por turistas como insignia de la magnitud de la tragedia que vivió Armero, donde pude leer: "La muerte no es más que el comienzo de la vida. ¡No son los muertos los que en dulce calma! La paz disfrutan en la tumba fría; muertos son: los que tienen muerta el alma y aún viven todavía. D. León".
El último lugar del recorrido antes de marcharnos fue la antigua Estación Policial de Armero. Unas gradas conducen hacia una especie de nicho donde aparecen los nombres de los policías sepultados, al fondo tres astas para colocar las banderas de la Policía Nacional, la de Colombia y la de Armero.
A las seis de la tarde, salimos por la que alguna vez fue la calle principal del pueblo, bajo un panorama totalmente desértico y aterrador, pensé que si las ciudades del mundo tienen olores característicos, ésta no sería la excepción. Me pregunté ¿a qué olería? Ya no sería al olor del mango biche mezclado con el humo de los buses de Rápido Tolima, ni el aroma del Café Ancla por la calle 11 y mucho menos a la esencia de la papaya verde que traía consigo la brisa del Río Lagunilla... Luego de recorrer a Armero, Armero me olía a soledad.
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