Cruzar por el Darién: la experiencia de una travesía por el infierno verde de las Américas

Foto: AFP

La selva del Darién es conocida como la puerta de entrada al “sueño americano”, en ella miles vidas se pierden, y aun así, es la opción de muchos para migrar.


Katheryne Ávila

mar 28 de 2023
05:30 p. m.

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El Darién es la selva que conecta a Colombia con Panamá, una tierra de nadie de la que intentan apoderarse los grupos armados, el único punto en el que se interrumpe la carretera Panamericana que une a todo el continente desde Alaska hasta la Patagonia. Cuenta con 575.000 hectáreas de extensión, 900 especies de pájaros, 2.163 de flora, 160 de mamíferos y 50 de anfibios. Es una de las regiones más peligrosas e intransitables de América Latina, la puerta de entrada al “sueño americano”, en el que miles de vidas se pierden en el camino. Y, aun así, la opción de muchos para buscar “un mejor futuro”.

El año pasado 250.000 personas cruzaron hacia Panamá por el Darién, 117.000 más que en 2021. De esta cifra, 150.327 fueron venezolanos, seguidos por ecuatorianos, haitianos y cubanos. Y en el camino 36 vidas se perdieron. Entre estas, al menos nueve eran niños.

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Eso indican los registros oficiales y los cuerpos que se han podido hallar, pero se estima que son muchos más porque en esta zona desaparecen las personas entre la maleza, las montañas, las arenas movedizas y el accionar de los grupos armados, como el Clan del Golfo y los demás traficantes que hacen aún más peligroso el paso.

Conocía todo lo anterior, lo había escuchado e incluso leído; sin embargo, en esa jungla de gritos de terror y espacios poco diáfanos, me metí. Lo hice a favor de mi voluntad y con variantes posibilidades en contra de mi bienestar. Llegué allí después de contactar a un “coyote”, un hombre cuya voz me dio confianza por la seguridad del tono con el que me ofrecía un polémico servicio que miles han consumido y que otros miles han vomitado.

¿Se ha preguntado cuánto cuesta cruzarla?. Porque, claro, no es gratis. El paso por el Darién se ha convertido en un negocio del que muchos viven. Se debe a que la travesía implica lanchas, buses y caminatas por una selva llena de pantanos, ríos caudalosos y montañas. Para cruzarla es necesario conocer los senderos. Pero no solo basta con saber cómo atravesarla. Desde el primer momento en el que se pisa el Darién, comienza una carrera por sobrevivir.

Los coyotes son personas que ilegalmente cobran altas sumas de dinero por guiar migrantes en sus recorridos por el Darién. Su nombre es una referencia al animal salvaje que se llama de la misma forma y suele vivir en zonas semidesérticas. Esta especie tiene algo en común con los sujetos que piden dinero por secundar el paso ilegal a Estados Unidos: actúan en manada, a escondidas y por lo general en la noche.

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Conocí a una de estas personas a través de redes sociales, lo contacté y le pregunté si podía ayudarme a pasar a Estados Unidos: esto fue lo que me dijo:

Las rutas de la muerte para cruzar la Selva del Darién

Desde Capurganá o Necoclí hasta Panamá

Actualmente, hay tres rutas para hacerlo. La primera es de un día o un día y medio. Incluye escalar una montaña durante casi una hora y comienza desde Capurganá o Necoclí, en el Chocó. De ahí se toma una lancha hasta un lugar llamado Calidonia, y luego se avanza un día o dos hasta la carretera en la que se toman los buses que conducen hacia Panamá. Pero después de llegar a la capital de este país, quedan por delante otros cinco para ir hacia Estados Unidos: Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. El viaje hasta Panamá vale entre 900 a 950 dólares, que al cambio de hoy son aproximadamente $4.658.000. De ahí en adelante, me recomendaron usar otros “coyotes”.

Pasando por Carreto

Hay otra ruta por Carreto, una peligrosa opción incluso para quienes ofrecen este tipo de servicios. El tiempo de viaje es de entre tres y cuatro días dependiendo el paso. Las mismas personas que acompañan la travesía aseguran que el camino por este paraje “es rudo”. Cuesta 550 dólares, es decir, unos $2.700.000, y va desde Capurganá hasta Carreto.

El recorrido se hace en lancha y el camino tiene 14 montañas “difíciles de atravesar” con ríos crecidos. “Ahí no viaja conmigo, sino con un tío, que es como si fuera yo. Negociamos con los pasajeros cuando es un grupo grande, no hacemos excepción de género, color o raza”, me dijo el coyote.

Atravesar el Darién por Acandí

Y una última. Existe la posibilidad de cruzar la selva por Acandí, aunque ni siquiera él lo recomienda. “Violan, roban y lo barato sale caro. Por ahorrarse 300 dólares puede tener complicaciones en el camino. Nunca viajamos solos, siempre se viaja en grupo de 20, 30 o 40 personas y ocho compañeros. La cargada de la mochila es algo aparte, le recomiendo llevar tres mudas de ropa por cualquier ruta que se vaya, comida para máximo dos días si va por Caledonia, por Carreto para cuatro días o cinco y por Acandí lo mismo”.

Usted llega herida o enferma, pero llega porque llega, me dijo. 

Él solo me aseguraba la llegada a Panamá. O ni siquiera eso. Iba a gastar los ahorros de años de trabajo por desesperación y sin tener la seguridad de llegar a la mitad del camino viva o en buen estado. Para pasar de Panamá a México, me recomendaron un coyote en Tecúm, hasta Pachula. Valía entre 300 y 250 dólares. También se podía desde Tecúm hasta Monterrey, pero valía USD$700 y desde Nicaragua hasta Pachula costaba lo mismo.

“Usted no necesita pagar coyote de Panamá hasta Tecúm, México. Ahí yo la oriento y le digo cómo llegar a Estados Unidos con mis otros coyotes sin estar gastando extra, porque si usted contrata un coyote común y corriente son estafadores y la van a dejar botada”, afirmaba.

Primer día

Tomé la peor decisión. Elegí la ruta más económica porque no me alcanzaba para las otras. Acandí queda en el Chocó. Para llegar allí desde Bogotá hay que viajar hasta Medellín y de ahí hasta Necoclí. En Necoclí, pagar una lancha hasta Acandí. Son más o menos 25 horas de viaje y 97 dólares, 467.894 pesos colombianos.

No iba sola, llevé a mi hija de siete años porque no era capaz de dejarla en Colombia. El coyote me afirmó que podía llevarla pagando otro cupo, me “tranquilizó” diciendo que cientos de niños pasaban a diario por el Darién. Y no era mentira. En Acandí me llevaron a una especie de albergue en el que había más o menos 400 personas, nos dieron comida y pasamos la noche allí, al pie de un patio con grama al lado de una montaña.

Segundo día

Al otro día salimos a las 6:00 de la mañana a la selva. Me encontré con el supuesto tío del coyote con el que me había contactado. Una persona de unos 35 años. Nunca vi su rostro porque tenía un pasamontaña negro que lo cubría. También usaba gafas, medía aproximadamente 1.72 y era delgado.

En ese momento comenzó el recorrido más largo que había hecho alguna vez. Parábamos, avanzábamos y así durante tres días. En el grupo que nos acompañaba veía mujeres embarazadas, niños y personas de todo el mundo, sobre todo venezolanos, africanos y haitianos.

Las noches eran heladas, pero los días sofocantes. La humedad hacía que respirar fuera difícil. Lo más importante era cuidar la carpa en la que dormíamos y rendir los alimentos. Por más hambre que tuviéramos, solo comíamos una galleta, dulces y suero que llevé en sobres y le ponía al agua que sacaba de ríos y cascadas.

Al dormir armábamos nuestra propia carpa y alrededor de ella rociábamos creolina para que las culebras no se acercaran, ese era el método más sencillo, pero el menos efectivo. Una mañana al despertar, una familia que hacía el recorrido junto a nosotras se demoró en alistarse. Pasaban las horas y no salían de su carpa. Al abrirla los encontraron muertos a todos. Uno de ellos era menor de edad. 

Lo que ocurrió no se sabe, pero lo más probable es que la creolina no haya alejado a las serpientes y hayan sido envenenados por una de ellas. Aunque también pudieron haber sido asesinados o incluso morir por deshidratación. Abandonamos sus cuerpos en ese lugar y seguimos. Ya no éramos 400, sino 357.

Tercer día

Durante los recorridos era común ver siete u ocho tipos armados que caminaban por el Darién. Ellos saludan y siguen su camino. Son traficantes de droga que pasan estupefacientes por la selva. Al meterse en el tapón tienes dos opciones: o mueres o pasas. Dicen que la gran mayoría pasa, pero ese no fue nuestro caso.

En el tercer día, vi una segunda muerte. A una muchacha se la llevó un caudaloso río que pasamos. También violaron a cuatro mujeres. Ahora éramos 356. En ese grupo van personas de todo tipo, unas pueden ser familias y otros ladrones, traficantes o lo que sea. En esa tierra de nadie no hay ley.

Al salir de la selva aspirábamos llegar a una comunidad indígena, nos dijeron que había un caserío en el que nos recogerían en balsas para llevarnos hacia la ONU. La promesa al llegar allí es que hay unos buses gratis que llevan migrantes hacia Nicaragua. De ahí en adelante el viaje continúa de país en país, hasta llegar a Estados Unidos. Pueden ser entre 17 y 20 días caminando a diario, montando en buses, pagando hoteles. Decían que allí vendían ropa, comida y cosas para sobrevivir al resto del viaje. No lo conocí.

En medio de la situación que todos vivíamos, había humanidad. Personas que ayudaban a otras, que entraron juntas y salían juntas. Otros que cargaban a los amigos que habían hecho en el camino cuando los pies no les daban más. Las huellas que el Darién deja en las personas que se atreven a cruzarlo incluyen problemas físicos y mentales. Cuánta razón tenía el coyote al decirme que podía llegar como fuera, pero viva. Sí, estaba viva, pero enferma, con llagas en los pies, quemaduras en la piel y sin mi hija. Pues la perdí de vista por un segundo y jamás la volví a encontrar. Ella no logró cruzar la selva, y al final, tampoco yo.

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