Blanca Pineda, la mujer que arriesgó todo por la paz en Ciudad Bolívar

Blanca Pineda. Historias Excepcionales de Noticias RCN.

Blanca Pineda se hizo a pulso. Su vida inició en una de las localidades más ricas culturalmente, Ciudad Bolívar; donde también vio a los ojos a la violencia. Ella cuenta todo en esta edición de Historias Excepcionales de Noticias RCN.


Nicolás Martínez Sánchez

sept 23 de 2024
02:08 p. m.


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La historia de Blanca Pineda es, sin lugar a duda, la expresión más fidedigna de luchar por la paz. Nació una de las localidades más ricas culturalmente de Bogotá y hoy su voz repercute en el corazón de los habitantes.

Los orígenes de Ciudad Bolívar

Su pasión por las historias y velar por el bienestar de sus vecinos la hizo ser un símbolo de paz y perdón en un lugar donde la violencia tocó las puertas. Amenazas, exilio y temor; nada ha sido obstáculo para ella.

La infancia de Blanca, como ella cuenta, la vivió entre cebadales y trigales. El río Tunjuelito y las montañas traían una paz anhelada que vive en el recuerdo. Ciudad Bolívar nació con las primeras 20 familias que llegaron, entre las que estaba la pequeña Blanca.

Ella fue testigo de cómo se construían las primeras casas que le dieron vida a la localidad. Fue el inicio de la cultura en Ciudad Bolívar, una que hasta hoy día, se ha mantenido intacta con el paso del tiempo.

“Desde ahí, la vida. Un territorio muy hermoso y, sobre todo, gente muy buena. Gente que dio vida a la vecindad, a los buenos valores y a la herencia cultural que tenemos ya los viejos”, rememora Blanca.

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Aquel cariño por su territorio se transformó en la pasión por las historias. Ciudad Bolívar es un lugar plagado de cuentos, mitos y leyendas. El Palo del Ahorcado o La Laguna Encantada son algunas de las más famosas. Cada relato ha sido contado por Blanca.

Su padre es considerado el primer orador de la memoria en Ciudad Bolívar. Él le transmitió esas historias ricas culturalmente, y hoy ella se ha encargado de esparcir el legado en cada rincón de la localidad.

Esas pequeñas historias se fueron quedando en mi corazón y en mi alma. Empecé a recibirlas espiritualmente para años más tarde hacer esa obra tan importante que son los mitos y leyendas de Ciudad Bolívar.

Blanca trazó su destino en la memoria de la localidad. Su pasión por el territorio la hizo preocuparse por las necesidades de los habitantes que lentamente fueron llegando. Sin pensarlo, ella se convirtió en un escudo para ellos.

A medida que la localidad crecía, la delincuencia tocó puerta. Los tierreros resultaron ser la raíz de los problemas. La compra de hectáreas resultó siendo un negocio deseado, del cual los criminales supieron sacarle provecho.

La violencia en la localidad

La armonía resultó nublada por la presencia de delincuentes. Ellos vendían hasta cinco veces un lote, aprovechándose de la bondad de los habitantes. Blanca recuerda que estos negocios ilícitos empezaron a cobrar vidas.

En ese momento, Blanca no se quedó con los brazos cruzados, por lo que no quería que la tranquilidad se volviera un recuerdo. Su cariño por los vecinos la hizo hacer valer los derechos de cada uno de ellos.

Con la llegada de la delincuencia, ella sintió la necesidad de ser un motor para sus amigos. Fue tal la magnitud de la compra y robo de tierras, que las matanzas y amenazas se volvieron comunes.

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Lo más difícil fue ver a los jóvenes que caminaban por las calles, desaparecer sin dejar rastro. El desenlace aún repercute en los habitantes. Una mañana podían encontrar sus cuerpos en callejones, agujeros o envueltos en bolsas de basura. La muerte se volvió un temor colectivo.

“El primer desenlace grave de muerte fue en el barrio Juan Pablo II. Allí mataron a muchos jóvenes y desde ahí hubo un desenlace violento”, así recuerda Blanca esos momentos trágicos y atemorizantes. No había paz en Ciudad Bolívar.

Lo duro que fue el exilio

Aquella labor social hizo que Blanca fuera blanco de amenazas. Los panfletos llegaron a su casa. Ella no se rindió y se cobijó en sus vecinos, a quienes siempre defendió sin importar el costo.

“La violencia llega a mi vida por defender los derechos de los jóvenes”: En varias ocasiones, la intimidaron. Una vez, en un evento, los delincuentes le dijeron “O se va, o le damos piso”. Aquel momento fue la inflexión para que Blanca tomara sus maletas y se exiliara.

Ella tuvo que cambiarse varias veces de casa, porque la persecución era insoportable. Dos años duró yendo de hogar en hogar, hasta que no aguantó más. A cada lugar que fuera, tenía que salir acompañada para que no le pasara nada.

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Su estadía en Colombia era un riesgo. Con ayuda de organizaciones de derechos humanos, Blanca se fue exiliada a Chile, país que se convirtió en su segundo hogar. Hoy día, guarda un espacio en su corazón.

Los años en el exilio fueron duros. A Blanca le hacía falta su tierra, los vecinos y, en especial, estar presente en su localidad. Sin embargo, en Chile pudo aprender más sobre los derechos humanos, conocer más personas y sentirse acompañada en ese duro momento.

Estando en Chile, fue una pieza clave en procesos legislativos para refugiados y ayudó a muchas mujeres que cayeron en las manos de la prostitución o víctimas de trata de personas.

Extrañé los sabores y los saberes, pero más aún el proceso que había dejado abandonado por la defensa de los derechos. Extrañaba la colombianidad.

Finalmente, el destino la hizo retornar a Ciudad Bolívar, de donde tuvo que salir prácticamente a escondidas. Con los años, la violencia no mermó, sino que se volvió diferente.

“Queremos vivir tranquilos”

Al momento de volver, ella tuvo que bajar el perfil. En unas elecciones, Blanca se reencontró con quienes una vez trataron de atentar contra su vida, pero el peligro se había esfumado. Su hijo fue de gran ayuda y él se preocupó de su bienestar.

Blanca siguió su lucha por los derechos humanos, pero de un modo más reservado. Hoy, ella es un símbolo en Ciudad Bolívar por la lucha social que sigue librando.

Debe haber equidad, justicia social, perdón, reconciliación. Más allá que eso, queremos vivir tranquilos y volver a esos momentos cuando se disfrutaba la paz, pero sin darse cuenta. Éramos felices.

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