“Lo más duro es que mis hijos no coman”: el calvario de una madre venezolana

Luz Marina Díaz es migrante venezolana y está en la semana 33 de un embarazo de alto riesgo / Foto: Yhonay Díaz

Niños que se alimentan una vez al día. Una madre con un embarazo avanzado y de alto riesgo que se quita el pan de la boca por sus hijos.


Yhonay Díaz

ago 31 de 2022
05:08 p. m.

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Luz Marina Díaz vive a diario la pesadilla de escuchar: “mami, tengo hambre”, y no tener cómo saciar las necesidades básicas de sus hijos de 4 y 9 años. Ella y su esposo Marcos Barrera, en las noches hurgan en la basura para encontrar material de reciclaje que les ayude a sobrevivir al día siguiente. 

La suerte no ha estado de su lado. Desde hace un poco más de dos meses la situación económica de su familia vino en caída libre. Están en desempleo. Pero eso no es todo, Luz Marina se encuentra en la semana 33 de un embarazo de alto riesgo, con complejas condiciones de salud, es una paciente diabética insulinodependiente que, además, se alimenta de manera intermitente.

“La esperanza es lo último que se pierde”

Aunque la situación de pobreza extrema en la que viven es sumamente angustiante, creen firmemente en que "la esperanza es lo último que se pierde". En las últimas horas hubo un detonante para que esta familia buscara ayuda; su hijo menor, de 4 años, tenía problemas para respirar, intentaron hacer lo humanamente posible para asistirlo, pero todo se salió de control.

Comenzó a inflamarse, sus ojos, el rostro. No tuvieron más remedio que caminar desde Soacha, el lugar donde residen, hasta el hospital Meissen para que auxiliaran a su hijo. Lo hicieron, lo lograron. Allí, afortunadamente recibieron atención inmediata y el niño presentaba, además de un cuadro de desnutrición, una neumonía aguda que de no llegar a tiempo, comprometía su vida.

Un día más sin comer. Juntos esperaban en el hospital respuestas sobre el estado de salud de su hijo. En el lugar no había espacio suficiente para mantener al niño, por lo que le ordenaron tratamiento en casa. Aunque esto sería una buena noticia, igualmente debían volver caminando a su hogar, donde les esperaba nuevamente una alacena vacía.

Esta situación los llevó a tomar la decisión de hacer visible la triste situación que están atravesando.

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Lo dejaron todo para comenzar de cero

A través de la fundación Juntos Se Puede, NoticiasRCN.com conoció la historia de esta familia de migrantes venezolanos.

Lo vendieron todo para ofrecerles calidad de vida y un futuro menos incierto a sus hijos. El 19 de agosto de 2019 emprendieron su ruta hacia Bogotá, en un bus que los llevaría hasta la frontera. Luego de algunas horas de viaje, en una zona boscosa, el bus se accidentó y allí fueron blanco de delincuentes que les quitaron todo lo que llevaban a la mano: celulares, dinero, bolsos, todo. Realmente, era comenzar desde cero. Tras este cruel episodio, llegaron a Bogotá. Un familiar los recibió esa noche con un cubrelecho en el piso, y así comenzó toda esta historia.

Lo más cercano a un empleo era el comercio informal, en el que se iniciaron los cuatro, juntos como siempre. Lograron invertir en dulces que vendían en una especie de puesto ambulante en la estación de Transmilenio Molinos, allí tenían ingresos diarios de alrededor de $40.000, unos días un poco menos, otros un poco más, pero era un ingreso con el que podían sustentar las necesidades básicas de su familia. 

Un día, como cualquier otro, el Instituto Colombiano del Bienestar Familiar (ICBF) se acercó a la familia y “nos prohibió trabajar ahí con los niños”, en vista de que podrían perder a sus hijos, Luz Marina decidió volver a la casa y tuvieron que reinventarse de nuevo. 

Poco después, Marcos encontró un empleo en una ferretería en la que “me iba bien, pero después me cansé de las humillaciones, de los gritos y los malos tratos. Y me fui”, haciendo referencia a discriminación por su nacionalidad. Allí comenzó el declive.

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El momento más triste de su historia

Para esta familia de migrantes lo más difícil de esta nueva vida que emprendieron hace tres años ha sido la falta de alimentos. Luz Marina, con la voz quebrada, dice que “lo más duro es que mis hijos no coman”

“Hoy no han comido. Ayer gracias a Dios comieron arrocito”.

Evidentemente, ellos no habían probado bocado desde hace un par de días, puesto que lo poco que lograron conseguir con la venta del material de reciclaje que recolectaron de la basura, no alcanzó para más.

Este caso llegó a manos de la fundación Juntos Se Puede, donde inmediatamente canalizaron sus principales necesidades en materia de salud y de alimentación. El equipo multidisciplinario de esta ONG se encuentra gestionando el caso de este núcleo familiar que tiene una serie de necesidades latentes. Inicialmente, el enfoque está adecuado en la atención del embarazo de Luz Marina y la condición de salud de su hijo menor que recién salió del hospital con un delicado cuadro de neumonía.

“Una ayuda, un empleo con el que pueda darle de comer a mis hijos”, esa es la petición de Marcos, quien a finales del mes de octubre espera recibir a su nuevo hijo sin las manos vacías.

Para Marcos y Luz Marina, uno de los momentos más difíciles a los que se han enfrentado es ver cómo sus hijos identifican que se van a acostar con el estómago vacío:

“Ellos miran la bandejita donde ponemos la comida, se acercan y como no ven nada se acuestan a dormir”.

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