Misterio en el 101: dos homicidios calcados, un asesino y el clamor por justicia
Un crimen en Soacha abrió el camino para desarchivar un tenebroso proceso cerrado hace más de 20 años.
Las historias tienen muchos rostros que solo se pueden identificar cuando alguien los pone a la luz. Esta es la nueva entrega de Retrato Hablado, la otra cara.
Una llamada de emergencia advierte sobre el hallazgo de dos cuerpos sin vida. Evidencias conducen a l responsable y abren el camino para desarchivar un proceso cerrado hace más de 20 años. Dos homicidios calcados, un asesino y el intenso clamor de justicia.
Algunos fenómenos que rodean a los cadáveres son señales reveladoras sobre las causas de una muerte violenta, pero además, ayudan a los investigadores y a los forenses a establecer el tiempo establecido entre la ocurrencia de los hechos y el hallazgo del cuerpo.
Para determinar esas señales se requiere de mucha pericia, astucia y olfato, y eso fue precisamente lo que ocurrió en enero de 2025, cuando un laboratorio de criminalística de la Policía de Soacha, en Cundinamarca, encontró los cuerpos de un padre y su hija de 27 años.
El asesino construyó una escena que decía todo lo contrario a lo que realmente había pasado.
Soacha: 11 de enero de 2025
Aquella noche, cuando alistaba su equipo para realizar otra inspección a cadáver en una escena del crimen, la subintendente Maritza Ibáñez creía que una vez más se enfrentaría a los cotidianos casos de violencia que se presentan en Soacha, pero no era así.
“Nunca había visto en mi vida institucional un caso como ese”, relató.
Soacha es el municipio más poblado de Cundinamarca. Se estima que a finales de 2024 superaba el millón de habitantes y su crecimiento poblacional va en aumento.
Esa segunda semana de enero de 2025 a las 10:00 de la noche el laboratorio móvil de criminalística de la Sijín de Soacha se desplazó al sitio que indicaban en la llamada. Extrañamente no era en una de las comunas a las que suelen ir frecuentemente.
Esa noche el llamado de emergencia provenía de una comuna en constante evolución urbanística.
“Era una torre de un conjunto en Hogares Soacha, el cual consta de seis pesos”.
En el lugar, y como si fuera cómplice de un gran secreto, el silencio predominaba sin aportar mucho a la verdad de lo que había ocurrido en el apartamento 101 de la torre 24.
O quizá nada había ocurrido nada y solo era una falsa alarma de las que a veces se reciben en las líneas de emergencia.
“No se veía que hubiese ocurrido algún hecho punible en dicho lugar”, comentó Maritza Ibáñez.
Pero unos metros más adelante empiezan a aparecer señales de un suceso en el que no hubo compasión y por el contrario mucha maldad.
“Al ingresar en la habitación principal en donde se hallaban los dos cuerpos sin vida, logramos observar muchos vestigios de sangre en las paredes”, recuerda un integrante de la Sijín.
Se comienza por establecer el vínculo o relación entre las personas encontradas sin vida en el apartamento 101 de la torre 24.
Eran padre e hija, entonces el olfato se agudiza y empiezan a tejerse las hipótesis. Pero había algo que llevaba a los investigadores a descartar una de ellas: un robo.
“No se evidenciaba como si estuvieran buscando o revolcando como si estuvieran buscando dinero o joyas”, manifestó la subintendente Ibáñez.
Si no había sido un robo, ¿qué podía haber pasado entre este adulto de 71 años y la joven de 27?
“Los cuerpos presentaban signos de tortura. Incluso las heridas que presentaban los cuerpos eran de defensa, lucha o sujeción del querer evitar el hecho, de querer defenderse”.
Los cambios ocurridos en los cuerpos tras su muerte daban una señal interesante y que más adelante sería indispensable y que más adelante sería indispensable para determinar las causas, forma y manera de muerte.
“Las heridas nos hacían creer que el hecho no era reciente, sino que llevaba uno o dos días antes del hallazgo”.
La información en el vecindario siembra las primeras sospechas sobre personas ajenas al entorno.
“Se decía que habían ingresado unas personas de una empresa de televisión por cable, y también genera esa duda si posiblemente pudieron haber sido esos empleados”.
Mientras tanto, en los corredores del conjunto en donde nadie vio ni escuchó nada esa tarde, se empezó a tejer otra versión de los hechos.
“Lo que se decía era que el padre de la joven la había abusado sexualmente, posteriormente comete el homicidio y luego se quita la vida”.
Cerca de los cuerpos más elementos se suman a la lista de señales que pueden ayudar a esclarecer el hecho.
“Comenzamos a hallar el cuchillo que tenía el señor en sus manos, con la señal de haberse causado él sus propias heridas en las muñecas”.
Con el paso de los minutos un detalle le da fuerza a la versión del abuso, homicidio y suicidio.
“Observamos que el padre de la víctima portaba en uno de sus bolsillos del pantalón la ropa interior de la víctima femenina.
“De igual forma estaban los celulares de estas personas. El de la chica estaba en la cama, a un lado del cuerpo, y el del señor en uno de sus bolsillos”.
El método para tratar de esclarecer el hecho violento y sus responsables avanza con la toma del testimonio de la persona que encontró los cuerpos.
“Quien halla los cuerpos es la madre y esposa de las víctimas en compañía de un vecino. Esas personas ingresan al apartamento y allí encuentran los cadáveres”.
El ama de casa recordó que días atrás a su apartamento entraron personas ajenas al entorno familiar.
“El 9 de enero venía a la casa una revisión por parte del cable. No iba a estar nadie por lo que le pedí el favor al señor Alexander (vecino) que nos atendiera la visita mediante llamada, y dijo que sí lo haría”.
Con estos datos la primera hipótesis, del padre que abusa de su hija, la asesina y luego se quita la vida, pierde fuerza. Más aún cuando aparecen señales que indican a los investigadores que la escena posiblemente hacía sido alterada.
“Elementos como las heridas con las que contaba el cuerpo del hombre, la posición de los cuerpos… Fueron diferentes aspectos que nos llevaron a deducir que no nos encontramos frente a un suicidio sino un homicidio y que detrás de todo había una tercera persona”.
Un elemento escondido llevó a los investigadores a avanzar un paso hacia la verdad.
“Hallamos entre la pared y la cama un tubo metálico el cual tenía un fluido rojo”.
¿Qué tenía que ver el crimen ocurrido en Soacha con otro registrado 19 años atrás en la localidad de Tunjuelito? Ambos hechos están ligados, las escenas parecen calcadas. Además, el primero es un eslabón para entender el accionar de un asesino en serie con el que el sistema judicial colombiano fue laxo.
En el apartamento 101 de un edificio en el barrio Villa Jimena de la localidad de Tunjuelito, en Bogotá, Mayra Alejandra Tocora era feliz. Allí, junto a su hermano, se formaba y convertía en adolescente bajo el cuidado de su mamá, la señora Priscila Samudio.
Pero el 30 de marzo de 2006 esa felicidad se desvaneció.
“Mi mamá estaba en el baño, en la ducha, tal vez le había dado golpes en la cabeza”, recordó Mayra.
Para la comodidad y la de sus hijos, la señora Priscila había tomado en arriendo un apartamento cerca de la escuela de trabajo El Redentor, lugar al que llevan a menores infractores y en donde la habían contratado para cumplir funciones de vigilancia tanto del lugar como de los internos.
“En esa misma correccional trabajó casi que toda la familia. Mi papá, mi tía, su exesposo… Estuvieron ahí y la recomendaron (a mi mamá) y ella empezó a trabajar ahí también”.
El turno que cumplía la señora Priscila era nocturno, por eso la mañana de ese jueves se cruzó con sus hijos, Alejandra de 15 años y Juan Sebastián de 8.
Como todos los días la joven y su hermano regresaron a casa después de la jornada escolar, pero había algo extraño.
“Cuando llegué a la casa mi mamá no estaba, pero estaba el señor Alexander. Yo pregunté porque se me hizo muy raro; en la casa nunca había nada sin que estuviera mi mamá. Le pregunté y él me respondió que había salido a la tienda y que ya venía”.
Alejandra se refiere a un compañero de su mamá que también trabajaba en la escuela El Redentor.
La estudiante, ya en sus últimos años de colegio, tenía que comprar materiales para sus tareas, y entonces le hizo una advertencia a su hermano.
“Le dije que se quedara porque mi miedo era que algo se perdiera y me fui, dejé a mi hermano ahí en compañía de Alexander”.
Fue la última vez que vio a Juan Sebastián con vida. Su mamá había corrido la misma suerte.
La mañana del 31 de marzo de 2006 la capital del país amaneció con la noticia de un aterrador hecho de violencia: el hallazgo de los cuerpos de una mujer y su hijo en una casa del sur de la ciudad.
“Mi mamá era una mujer muy valiente, muy bondadosa. Ella ayudaba a todo el mundo, y ese fue uno de sus mayores defectos y error más grande: confiar, abrir las puertas de su casa a la gente”.
“Juan Sebastián era mi hermano y me duele tanto que en su momento me sentí responsable de que le hubiera pasado eso. Porque yo fui quien le dijo que se quedara en la casa en vez de habérmelo llevado”.
En Colombia la ley 906 de 2004 modificó el Código de Procedimiento Penal y dio un paso al sistema penal oral acusatorio. El 23 de junio de 2006, cuando avanzaba la implementación del nuevo sistema en los proceso judiciales y el video se convertía en una herramienta indispensable para la transparencia en la justicia, Mayra Alejandra Tocora Zamudio tuvo que acudir a una de las audiencias en contra del presunto asesino de su madre y hermano.
Desconsolada, la niña que días atrás había cumplido 15 años, difícilmente podía hablar, pues había perdido a las dos personas que más amaba en la vida.
Después de 19 años esa niña, y hoy mujer, decide no callar más y relatar lo ocurrido aquel jueves en el apartamento 101 de un edificio en el barrio Villa Jimena, de la localidad sexta de Tunjuelito.
“Pasé al barrio siguiente, compré lo que necesitaba, me devolví con los compañeros, cuando llegué ya mi hermano no estaba tampoco”. Preguntó a Alexander por el niño y según él se había ido a jugar con algunos compañeros, lo que le pareció extraño porque no era algo usual en él.
“Se me hizo raro que él (Alexander) siguiera ahí, sin embargo, él se sentó en la sala, nosotros (ella y los compañeros) en el comedor y yo estaba con el tema de mi tarea”.
A las 7:00 de la noche ni la señora Priscila ni Juan Sebastián aparecían, por eso, junto con el compañero de trabajo de su mamá, salen a buscarlos.
“A las 9:00 de la noche mi tía ya salía de turno porque ella sí trabajaba en el día, y pasó ese día porque vivía en el barrio. Pasó por la cuadra y me preguntó qué pasaba; le conté…”
Entonces llegó la familia, ingresaron a la casa y la tía encontró en el baño el cuerpo sin vida de su hermana. La policía llegó a la escena del crimen, pero aún no había noticias de Juan Sebastián.
A las 2:00 de la mañana del 31 de marzo de 2006 Juan Sebastián Tocora por fin fue encontrado. Lo hallaron detrás de un armario con signos de asfixia.
“Ahí se me acaba todo”, recuerda Mayra.
Para las autoridades, el único sospechoso del crimen estudió a la familia. Conoció la cotidianidad del hogar, los horarios, y buscó un momento para cegar la vida de la madre y su hijo.
“La relación era netamente laboral. En su momento él si dijo que tenía una relación con mi mamá, pero no es así. Imagino yo que para justificar muchas cosas dijo eso, pero sé que ella nunca tendría algo y menos con una persona joven”.
El día de la audiencia la fiscal del caso explicó los delitos por los que tenía que responder este siniestro personaje:
“La imputación correspondió a los delitos de homicidio agravado en concurso homogéneo y en concurso sucesivo con hurto calificado, cargos frente a los cuales el señor Alexander Vargas Cortés se allanó ante el juez 47 municipal”.
Sin embargo, el acusado, y como si fuera un tema menor, negó parte de los hechos.
“Tenía la tarjetera de la señora, estaban los papeles ahí, pero en ningún momento utilice plata en absoluto. Solamente cogí la cartera y la eché en el bolso con la ropa, pero no utilicé un peso de la señora. Eso es mentira, falso”, manifestó el acusado en ese momento.
Esta persona se puso la máscara de amigo, se ganó la confianza de la mamá de Mayra y se aprovechó de la bondad de una mujer que le tendió la mano y confió en él.
¿Qué interés podría tener Mayra en remover su memoria para recordar un tema cerrado y que le causó tanto dolor?
“Siento que tengo un compromiso, no solamente con mis familiares que hoy no están, sino con las familias que se han visto afectadas”.
¿Y qué pueden tener en común los homicidios de la señora Priscila y su hijo con el hallazgo de dos cuerpos en Soacha 19 años después? El análisis de 36 horas de videos de cámaras de seguridad daría la respuesta.
El responsable del asesinato de la señora Priscila y su hijo fue condenado a 36 años y 6 meses de cárcel sin derecho a beneficios, pero 19 años después extrañamente apareció en un conjunto residencial, donde una vez más dejó su sello de terror.
A las 12:39 de la tarde del 9 de enero de 2025 dos hombres ingresan a la torre 24 de un conjunto residencial en Soacha. 14 minutos después vuelven a salir y se dirigen hacia la parte exterior. La mañana siguiente, el 10 de enero a las 3:38 minutos de la madrugada, la joven de 27 años, Hasbleidy Azcárraga Reyes sale de la misma torre.
La misma cámara registra que hacia mediodía el padre de Hasbleidy también sale de la torre 24. El día transcurre con normalidad, y ella, 12 horas después, regresa al apartamento para descansar.
34 minutos después, de la torre 25, es decir la torre del lado, un hombre baja la escalera, sale e ingres a la torre 24. “Inicialmente hace un acercamiento al apartamento, ingresando consigo su bebé de 8 meses con el fin de presentárselo a la señorita Hasbleidy, toda vez que ella tenía mucha afinidad con los bebés”.
Como era un vecino que se mostraba amable, caballeroso y educado, Hasbleidy permite su entrada a las 3:32 de la tarde.
“Esta persona hace este primer acercamiento con el fin de verificar el terreno. Con quién estaba ella, qué estaba haciendo, qué iba a hacer y verificar el lugar”, detallaron las autoridades.
El individuo sale con el menor sobre las 4:06 minutos de la tarde. Había permanecido en el apartamento durante 34 minutos y regresó nuevamente a su casa en la torre vecina.
A las 4:35, 27 minutos después, el mismo sujeto sale de su apartamento, pero ahora con una bicicleta. “Hace creer a su pareja que va a hacer deporte. Toma otra vestimenta, se pone sus prendas de ciclismo”.
Extrañamente el hombre no se dirige hacia la salida del conjunto, sino ingresa a la torre 24 y posteriormente al apartamento 101, esta vez no golpeó la puerta para que le abrieran.
“Ya contaba con las llaves del apartamento, toda vez que se había quedado con ellas, ingresó violentamente sin permiso ni autorización, y ataca a su víctima principal”.
A las 7:44 de la noche el padre de Hasbleidy regresa a su hogar. En el video queda registrado que primero se asoma por la ventana y después cruza la puerta principal de la torre. De su apartamento volvió a salir 30 horas después, pero sin vida.
“Él (Alexander) espera que ingrese el padre de Hasbleidy y lo que hace es llevarlo hacia el baño del apartamento, lo golpea con elementos contundentes y cuando fallece, lo que hace es alterar la escena para confundir a las autoridades”.
La noche del hallazgo de los cuerpos un detalle centró la atención de los investigadores para no caer en el engaño.
“Fue en el momento en el que cómo se causó él su lesión y cómo le causó a la chica esa lesión. Igual en el momento de observar bien las heridas en sus muñecas, pues decimos: si yo me corto primero mi mano derecha, no voy a tener fuerza para cortarme la izquierda”, concluyó la subintendente Ibáñez.
A las 10:14 de la noche, el hombre de la bicicleta que nunca salió del conjunto, y como si nada hubiera pasado, regresa a su apartamento.
15 días después de ocurridos los hechos, y para corroborar los indicios sobre el responsable del doble homicidio, los investigadores allanaron el apartamento 301 de la torre 25 del mismo conjunto, lugar de residencia del generoso hombre que ayudaba a sus vecinos.
“Con el fin de hallar prendas que de pronto tuvieran algún tipo de residuo de sangre o algo biológico para ser cotejada posteriormente con las víctimas”, explicó la subintendente Ibáñez.
Este procedimiento, con el reactivo químico, tenía un objetivo: Los resultados revelaron parte de la verdad de lo que había ocurrido.
“Ese día luminiscencia me dio en un buso de manga larga, en la parte de los puños; dio una luminiscencia muy leve que quizá me podía orientar que podría ser sangre”.
El por qué Alexander Vargas pudo entrar la segunda vez, cuando llevaba la bicicleta, se resolvió con la declaración de la mamá y esposa de las víctimas.
“La señora decide confiarle las llaves a su vecino, pidiéndole el favor que si podía atender la visita para el 9 de enero sobre mediodía que se encontrarían allí los técnicos”.
De igual forma la dueña de casa le hizo una advertencia:
“Hay una particularidad que la señora le deja en consigna las llaves, pero una vez finalizada la revisión técnica, le pide por favor dejarlas al interior del apartamento. Situación que Alexander no realiza”.
La contundencia de las pruebas sindicaba el camino hacia la salida del laberinto criminal que había tejido este hombre desde el momento en que recibió las llaves del apartamento de su vecina para hacerle un favor.
Cuando los investigadores capturaron al sospechoso del crimen en Soacha le hicieron un registro decadactilar que arrojó como resultado la trayectoria delictiva de la persona que 19 años atrás había cometido el homicidio de la mamá de Mayra y de su hermano.
Los análisis de cámaras de seguridad, testimonios y antecedentes permitieron determinar que eran crímenes casi calcados en los que el victimario fue capaz de fingir aterrarse por los hechos y hasta ayudar a buscar a los culpables.
En ambos casos Alexander Vargas Cortés fingió una amistad, se ganó la confianza de sus víctimas, posó de buen samaritano, se ocupó de los testigos y escondió cuerpos en la tina de los baños de los apartamentos 101. Además, creyó despistar la investigación lavando las escenas de los crímenes que tanto en 2006 como en 2025 tuvieron un alto grado de sevicia.
En el oficio número 2186 dirigido al equipo de investigación de Retrato Hablado, el Juzgado de Ejecución de Penas y Medidas de Seguridad de Fusagasugá explicó que al condenado Alexander Vargas se le concedió el beneficio de prisión domiciliaria el 9 de julio de 2021, es decir, solo pagó 14 años de cárcel intramural, y en la misma respuesta aclaran que se había revocado esa medida. A pesar de esto, ya era muy tarde.
Lo cierto es que Vargas salía frecuentemente de su apartamento y sin ningún control, una de esas veces fue para cometer otro crimen en su carrera delictiva.
Mientras el Inpec decide si responde con respecto a la funcionalidad del dispositivo electrónico del condenado, y si se le hicieron las respectivas visitas para verificar el cumplimiento de sus compromisos en prisión domiciliaria, la experta en sistema penitenciario, Esmeralda Echeverry, lanza varias advertencias:
“Estos procesos de vigilancia son bastantes escasos. No se cumple la finalidad teniendo en cuenta que hay escasez de personal, de recursos incluso de vehículos para efectuar esas visitas, y esto genera situaciones que terminan afectando no solamente al Inpec sino a la sociedad”.
Y otra, más preocupante aún, que los condenados por delitos sexuales no tienen ningún tipo de acompañamiento profesional.
“Necesitarían acompañamiento psiquiátrico porque especialistas han determinado que estas personas de alguna manera muy difícilmente cambian; la sociedad está encaminada a sancionar a la persona y no verificar qué sucede más allá. La Fundación considera que definitivamente los jueces de ejecución de penas deberían tener una valoración especial para las personas que están vinculadas a delitos sexuales”.