Quino: filosofía y dibujo para siempre

El dibujante argentino deja un legado de profundas reflexiones, a través de sus personajes, con temas trascendentales como la lucha contra la censura.


Noticias RCN

sept 30 de 2020
11:37 p. m.

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Las caricaturas de Quino tuvieron desde siempre un certero fondo político que a la postre le dieron la trascendencia y un camino a la inmortalidad que hoy nadie dudaría que tiene. Los ejemplos abundan.

Recién iniciada su carrera, y horas después del golpe militar de Juan Carlos Onganía, el 22 de septiembre de 1962, la tira cómica que publicó fue la cara de Mafalda, apaisada, ocupando todo el espacio de lo que sería la secuencia de cuadros, con la frase simbólica pero suficiente: “Entonces, ESO que me enseñaron en la escuela…”

Y la cara del personaje, Mafalda, en un gesto de temor y estupefacción que quedó en la historia. La anécdota tiene un cierre y correspondencia décadas después.

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Ediciones La Flor (el gran sello de los dibujantes argentinos) publicó el libro definitivo “Todo Mafalda”, en 1993. En la página 35 aparece una Mafalda, maletín escolar en la mano, que dice: “Al único presidente capaz de demostrarnos que todo eso que nos enseñan en la escuela puede ser verdad”.

Se refería, claro está, a Raúl Alfonsín, el primer presidente elegido por voto popular después de la dictadura de Jorge Rafael Videla.

Por eso hablar de Quino es hablar de una historia en contra de las opresiones y las dictaduras. Alguna vez contó que, desde el primer día, en su primer trabajo, alguien le dijo: “nada de militares, nada de religión y nada de sexo”.

Y quizá fue esa mordaza primigenia lo que detonó posteriormente el rasgo principal de Mafalda: la franqueza profunda; la mirada tan aguda y cierta que era capaz de movernos del sillón.

Como los cuadros famosos para responder a una dictadura o aquella Mafalda que camina tras un grafiti sobre la censura, precisamente hecho a medias. Así de contundente y demoledora, era la mirada de la niña; mejor dicho, de Quino.

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La creó (como personaje para una campaña de publicidad, cuando estaba en ese campo) y luego la dibujó sin pausa entre 1964 y 1973, con el frenesí creativo que solo tienen los cierres de un periódico diario.

Y Mafalda fue significativa, hasta en silencio, pues Quino la dejó de pintar (para siempre) apenas días después de la llamada masacre de Ezeiza, una balacera con 13 muertos justo cuando Juan Domingo Perón regresó al país tras el exilio.

Pero en esos nueve años ya estaba consolidada la producción que sirvió después para editar centenares de colecciones y libros que son lo mismo que un mito, la iniciación de millones de lectores y la declaración de toda una línea de pensamiento.

Filosofía de barrio y esquina. Sabiduría popular. Tantas maneras de definir ese algo en Mafalda que, pasadas las décadas, ya podemos calificar sin ambages de arte de verdad. Como cuando literatura (o el teatro), logran explicar generaciones y pueblos enteros. Así los hizo Quino, a fuerza de trazos y frases cortas, para explicarnos como individuos y latinoamericanos.

Es la herencia que deja el artista. La niña de pelo negro y todo el elenco que estuvo a su lado como un universo complejo. Los padres: él, trabajador de una compañía de seguros, ella ama de casa. Felipe, quien odia la escuela y sueña con verla incendiada.

Manolito, un consagrado capitalista de tiempo completo. Susanita, el anhelo de ser madre y tener muchos hijos.

Libertad, tan pequeña e inmensa para decir siempre dice lo que piensa. Y una lista que continúa y que también incluye policías, políticos o el planeta tierra, sobre el que Mafalda pedía, a veces, “párenlo que me quiero bajar”. 

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