El dinamismo de la historia no se debe corromper con incoherencias
Hay que recuperar el orden y el derecho a expresar sin miedo y con determinación un pensamiento que construya sociedades.
De cuándo acá los mensajes impositivos se han convertido en palabras sagradas, difíciles de controvertir, en donde el ataque en masa ha ganado una popularidad estrambótica frente a las convicciones y creencias que ahora muchos prefieren callar simplemente para no ser atacados por esta horda de muchachitos en gavilla que pretenden cuestionarlo todo.
Gente que exige libertades para asaltar el transporte público, ir a los museos a vandalizar obras de arte, auto percibirse como latas de atún si se les pega la gana, decir que es una forma de violencia que los niños vayan al colegio o que trabajen, casarse con sus mascotas mientras hacen grafitis proaborto; casi que licencia absoluta para decir cualquier disparate, sin posibilidad alguna de controvertirlos u opinar diferente porque en masa y como una banda, caen a amedrentar la misma libertad por la cual luchan.
Qué problema ahora ir a un restaurante y decir que no se quiere compartir un espacio con perros, qué problema tan grande ahora para los taurinos, para los que no les gusten los monumentos como el adefesio que hicieron en Cali “por la resistencia”. Amedrentando y a las malas, se fueron adueñando del orden y ahora casi que es imposible hablar de coherencia.
Desde cuándo estas personas creen que son dueños de la verdad, de la historia, de las opiniones y hasta de la vida. Entre eufemismos enredaron a la sociedad con conceptos sacados de algún viaje con un café vencido y se levantaron a poner a hombres a pedir licencia menstrual. Solo el “arte” de ellos funciona, solo la indignación de ellos cuenta, solo las necesidades de ellos valen. Y en medio de tantas libertades, ¿cuándo dejaron de importar las de los que pensamos diferente?
Qué problema si no se está de acuerdo con que haya cambio de sexo en menores de edad, qué problema hay cuando se exprese la libertad misma por recuperar el respeto a los adultos, a los profesores, a los papás; cuando se hable de cuidar lo público, cuando la estética incluso, vuelva a ser un referente social de cortesía.
Por poner un ejemplo simple. Son miles de mujeres valientes, integrales, bellísimas, femeninas, amorosas, dulces, como María Corina Machado, las mamás, abuelas, tías y esposas de muchos de nosotros, las que coherentemente y sin violentar también los derechos de los hombres han asumido un liderazgo emblemático, apegado a la inspiración, a la justicia y a la vida misma, sin vulnerar los derechos de nadie, sin posar con estereotipos de guerreros de sumo con largos bigotes en los que pueden guardar sus antorchas para quemar a contrarios.
En el orden y en la justicia misma, que debería estar castigando a los que delinquen y no premiándolos ni haciéndoles homenajes; en el arte, en la historia misma y en los derechos por las libertades, la incoherencia no debería tener espacio alguno, mientras los eufemismos y las indignaciones selectivas sigan siendo las que sacan pecho por vulnerar un museo y vandalizar un cuadro, mientras hacen una lloratón mediática porque les borran un grafiti.
La historia no puede seguirse corrompiendo con incoherencias. Hay que recuperar el orden y el derecho a expresar sin miedo y con determinación un pensamiento que construya sociedades y que no siga deteniéndonos en tonterías sin fundamento ni consistencia lógica. Ya suficiente tiempo hemos perdido como para seguirnos deteniendo en pararle bolas a si se escribe ella, él o elle, mientras nuestras sociedades se detienen en el fango patológico del cuestionamiento marginal para todo.