Petrasus
Debimos anticiparnos a que “el cambio” no era más que una descarada estrategia para agitar unas masas incoherentes.
Desde que la primera dama le ofreció el ICBF a una vecina, casi terminándose de quitar las vestiduras papales que llevó a la posesión de su marido, debimos anticiparnos a que “el cambio” no era más que una descarada estrategia para agitar unas masas incoherentes para las cuales solo existe indignación si los escándalos sexuales no son de ellos, si los acosos no provienen de sus naguas, si los líderes sociales asesinados son en otros gobiernos, o si los niños, ¡bendita sea la vida! Los niños, no son sus propios hijos.
Y es que no estamos hablando de los niños a los que encuentran con fajos de billetes en su armario para pagar sus gustos de más de 200 millones mensuales solo ganándose 17. Angelitos que juran renunciar si su papá gana una elección que aún no entendemos cómo remontaron entre tantos cuestionamientos. Estamos hablando de niños y niñas de 2, de 4, de 7 de 9 y de todas estas edades de la primera infancia, en donde tendrían que estar aprendiendo a gatear, a hablar, a correr, a jugar y a soñar con un país en dónde su gobierno no esté luchando por reducirle la pena a sus verdugos. ¡La justicia cómplice!
Para este “cambio” la única verdad es la mentira que repiten y repiten hasta que la convierten en un rumor adoptado que escupen por las estrellas de la galaxia. Se adueñan sin compasión de imágenes de otros países, bien sea para criticar o para publicitarse; adoptan al compañero Messi como embajador de algo que ni él mismo conoce; falsean aplausos en transmisiones de la ONU; utilizan los canales públicos para publicitar emprendimientos familiares que pretenden venderle a los ricos que tanto critican.
No hay filtros. Piden renuncias por acoso siempre y cuando no sean de su corriente, arremeten día y noche contra periodistas y mujeres que no están en su petit viajero y comité de compras; les encanta el efectivo mientras ponen a declarar renta a todo el mundo, mandando mensajes coactivos desde enero; nombran a incompetentes y corruptos que se le ferian los ahorros a sus subalternos, a los ciudadanos y al mismo Estado, y no pasa nada.
No más en sus carteras tienen a viceministros del deporte con intereses demostrados en empresas de comunicaciones a las que les otorgan contratos para hacer carreteras. Hablan de decrecimiento permanentemente, reducen hasta el lomo en salsa de moras; tienen problemas en las carteras de vivienda, transporte, educación, hacienda y en la misma Presidencia. No respetan tiempos; no saben manejar agendas; no escriben bien un simple tuit; otorgan contratos a dedo; le pagan un sueldo a Benedetti por no hacer nada; la paz es un eufemismo cada vez más esquivo, desde sus propias posturas, desde su radicalismo, desde su persecución permanente y violencia editorial, ¡por no decir más! a la oposición.
Ajustaron 2 años y medio y aún hablan de Duque y de Uribe. Para ellos el vino es de donde se les dé la gana, el mundo se va a acabar mañana. Defienden un tren aéreo pero aborrecen un metro aéreo, se dejaron quitar los Panamericanos que no eran de ellos y nos prometieron unos Intercolegiados con los que no han podido.
Aún no hablamos suajili, la violencia se disparó, la gasolina, la comida y la vida es más cara; hay gente muriendo por falta de atención y medicamentos; contratos de comedores comunitarios con comida podrida; y estas dulzuras quieren más; quieren ofrecerse como los salvadores del mismo “Agamenón”, porque también van hablando como se les da la gana, en la eterna rueda sin salida del escándalo permanente. ¿Quieren más?