En un país mamado del ruido, escuchar se vuelve una demostración de carácter
Un país no se entiende solo leyendo cifras, tampoco “coordinando todo” desde una oficina o desde un conclave de áulicos o vacas sagradas. Se entiende escuchando, escuchando de verdad.
Escuchar en buses públicos que se estancan en vías que deberían unirnos pero hoy terminan aislándonos, en parques donde la gente camina con prisa porque la inseguridad ya no es una noticia sino una rutina, en municipios donde nadie pide milagros sino claridad, respeto y trabajo. Colombia está mamada del ruido, de los gritos, de la politiquería, de la arrogancia disfrazada de liderazgo. Cansada de que nos dividan entre extremos mientras la vida diaria se vuelve más difícil y más cara.
Pero escuchar no es “un gesto amable”, es un acto que requiere carácter.
Y hoy Colombia está reclamando ese carácter.
Y es carácter porque en medio de esta polarización agotadora, hemos perdido esa capacidad de escucharnos. Hemos permitido que el ruido reemplace al diálogo, que la rabia sustituya a la empatía, que la urgencia de sobrevivir aplaste la esperanza de construir. ¿Y entonces? O conversamos para resolver lo esencial o nos hundimos en nuestras diferencias.
Este país no se arregla desde los extremos, ni desde el ego, ni desde la nostalgia de gobiernos pasados, ¡no hay salvaciones instantáneas! Desde la dignidad de escuchar, la responsabilidad de sumar, la humildad de entender que nadie se las sabe todas y que las mejores soluciones suelen venir de quienes viven los problemas, no de quienes se creen dueños de la verdad. Ahí está la formula.
¿Y por qué se necesita carácter? Porque lo clama la mamá en Soacha que no espera que la mantengan, sino que la respeten, no le mientan y la cuiden mientras busca salir adelante. O el joven de Medellín que quiere estudiar pero para obtener un trabajo real, y no para seguir siendo un pobre con diploma. O un campesino del Huila para el que trabajar hoy da miedo porque siempre hay alguien cobrando por dejarlo vivir en paz.
Todas son voces que no piden ideología, piden carácter y escucha. Y tienen razón: allá, en cualquiera de “las Colombias”, nadie está esperando un mesías, están esperando un liderazgo que ponga la cara, que reconozca errores, que no se rinda, que no negocie principios por un puñado de aplausos o clics.
Quedan menos de 200 días para la primera vuelta, y si bien varios proponen conversaciones, no los hemos visto sentados en una mesa. Una mesa donde puedan tomar decisiones difíciles, donde se priorice, se converse y se construya.
Y no, no hablo de una sentada para repetir consignas viejas, tampoco para encontrar quién tiene “su razón” o quién merece liderarla tras casi tres intentos... Sino una que logre tener propósitos comunes: que la seguridad no es dar más balín sino recuperar la tranquilidad de vivir, que el Estado no es un sermón sino un convocante, que la protección social no es un castigo al empresario sino una garantía mínima para que la gente pueda trabajar sin caer en la miseria.
Y no, no es romantizar la política. Es lograr entender que sumar es tener el carácter para decir que la evidencia importa más que los aplausos, que la disciplina vence al ruido, que el trabajo en equipo derrota al ego, que escuchar es más valiente que gritar, que el centro no es tibieza sino método, y que Colombia tiene 25 años para decidir si quiere ser un país desarrollado o un país envejecido, pobre e informal.
Sumar es entender que este no es el momento de escoger enemigos, sino de escoger propósitos. Por eso escribo esta columna, porque la vida me ha dado la oportunidad de conversar con distintos sectores, compartir con un sinnúmero de personas, aportar en varios espacios y aprender de voces disímiles. Y hoy, creo profundamente que la política debe volver a ser un acto de servicio, no un teatro de vanidades.
La evidencia no puede seguir siendo sacrificada en el altar del populismo. Y aunque algunos nos quieran hacer creer lo contrario, un país sí puede unirse sin perder su diferencia. Y a menos de seis meses de las elecciones, creo que llegó el momento de decidir: o sumamos, o nos hacemos a un lado.
Yo ya elegí. Y sé que muchos también. Sí se puede, ¡con toda!