Te voy a contar un secreto | Por: Chabelly Agudelo
La envidia hace que tendamos a fijarnos en lo que los demás tienen y de alguna manera, terminamos culpándolos por lo que nos hace falta.
Por: Chabelly Agudelo*
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Te voy a contar un secreto: una de las razones por las cuales el ser humano está obsesionado con la igualdad es la envidia. La envidia, para bien o para mal, es una de las pulsiones más fuertes de nuestra especie.
La envidia hace que tendamos a fijarnos en lo que los demás tienen y de alguna manera, terminamos culpándolos por lo que nos hace falta. De ahí a querer arrebatárselo, hay un paso. La reflexión correcta sería más de este tipo: ¿qué camino debo seguir para obtener lo que otros tienen y yo quiero sin culpar a nadie?
Desgraciadamente, la envidia se ha materializado varias veces en la vida social, los regímenes comunistas son prueba de ello. Alentados por la falsa creencia de que la sociedad está inevitablemente enfrentada, dedujeron que la riqueza de los empresarios se debía al robo que hacían del trabajo de los empleados.
Irónicamente, estas ideas se popularizaron en países no industrializados que trajeron revueltas campesinas que derivaron en regímenes que demostraron su fracaso, como el de la Unión Soviética y el de la República Popular de China, los que, con el marxismo-leninismo y la Gran Hambruna, se calcula que aportaron la lamentable cifra de 150 millones de muertos a la historia de la humanidad.
Con el fracaso del comunismo el nuevo experimento es el de la igualación, ya no el de las condiciones materiales de vida, sino de las oportunidades. Es decir, nuestro sentimiento de envidia se ha institucionalizado en el deseo de que las personas tengamos condiciones igualitarias costeadas por los más ricos, a manera de derechos, incluso, desde antes de nacer.
Pero, así como el comunismo, esta idea de la igualdad de oportunidades tiene el germen de su propia destrucción: sencillamente, si a todos se les igualan las condiciones con los recursos de los demás, no tardarías en darte cuenta que algunos llegarían muy lejos, otros no llegarían a ninguna parte y otros se quedarían en la mitad, y estas circunstancias se las transmitirían a sus hijos.
Entonces, si se busca la igualdad, la solución vendría, nuevamente, por la limitación que tendrían los hijos que heredaron el éxito de sus padres y por el impulso de los hijos que no heredaron absolutamente nada.
Sin embargo, esto traería de nuevo el mismo resultado: pues unos hijos lo harían muy bien, otros muy mal y otros quedarían en el medio. De modo que, nuevamente, habría que hacer un proceso de igualación que traería nuevamente desigualdad y así una y otra vez hasta que, en algún momento, cualquier intento de ser mejor perdería sentido debido a que a los mejores se les castiga con impuestos y con la imposibilidad de beneficiar a sus hijos y a los menos esforzados de la sociedad con montones de derechos.
A la larga, el resultado sería la creencia social de que el éxito no tiene nada que ver con el esfuerzo, sino con la mayor agrupación de derechos.
*Estudiante de Derecho.