Salud Mental Masculina: “Flores en vida, no en funerales: el reto de prevenir el suicidio en Colombia”
El 10 de septiembre nos recuerda que el suicidio es una realidad que no distingue edades ni géneros. En un país donde 8 de cada 10 muertes por esta causa son de hombres, romper el estigma y poner la salud mental en el centro es un imperativo ético y político.
Cada 10 de septiembre el mundo conmemora el Día Internacional de la Prevención del Suicidio. Una fecha que, lejos de ser un acto protocolario, busca recordarnos que miles de vidas se apagan cada año en silencio, sin haber recibido apoyo ni comprensión. En Colombia, la situación es alarmante: los reportes oficiales muestran un crecimiento sostenido de los intentos y muertes por suicidio, especialmente entre jóvenes y hombres adultos, lo que refleja no solo una crisis de salud mental, sino también un problema cultural profundamente arraigado.
De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, más de 700 mil personas mueren cada año en el mundo por suicidio, lo que equivale a una muerte cada 40 segundos. En Colombia, el Ministerio de Salud ha reconocido que la conducta suicida es hoy una de las principales problemáticas de salud pública, mientras que en Bogotá, solo en los primeros tres meses de 2025, se registraron 1.830 reportes por conducta suicida según datos del Concejo de la ciudad. Estas cifras no son números fríos, son vidas truncadas, familias destrozadas y comunidades impactadas.
Sin embargo, hablar de suicidio no puede limitarse a cifras. Detrás de cada caso hay historias de dolor, de silencios obligados, de hombres y mujeres que crecieron escuchando que “la salud mental es debilidad” o que “las emociones no se muestran”. En un reciente experimento social realizado en Bogotá, los resultados fueron reveladores: la mayoría de hombres entrevistados aseguraron que desde niños fueron criados con la idea de que debían ser fuertes, no llorar y ocultar lo que sentían. Esa represión emocional, repetida generación tras generación, se convierte en una bomba de tiempo.
El mensaje entregado en este experimento social caló profundamente: un papel con la frase “¿Sabías que el 99% de los hombres reciben sus primeras flores el día de su funeral? Hoy quiero que hagas parte de ese 1% para demostrar lo importante que eres”. La reacción de muchos fue conmovedora. Por un instante, aquellos hombres comprendieron que la masculinidad no puede seguir construyéndose desde la dureza y la negación de la vulnerabilidad. La salud mental no es un asunto de género, es un asunto de dignidad humana.
Es preocupante que el suicidio sea hoy la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años a nivel mundial. En Colombia, la tasa de mortalidad por suicidio alcanzó en 2023 los 5,7 casos por cada 100.000 habitantes, con una tendencia creciente entre hombres, quienes representan cerca del 80% de las muertes registradas. Esto no es coincidencia: el modelo cultural que castiga la expresión emocional masculina tiene consecuencias letales.
La salud mental, lamentablemente, sigue siendo vista con estigma. Muchos hombres evitan buscar ayuda psicológica o psiquiátrica porque se les ha enseñado que pedir ayuda es signo de debilidad. Este paradigma debe romperse desde la educación, la familia y las políticas públicas. El suicidio no se previene solo con líneas telefónicas de emergencia; se previene transformando las narrativas sociales que impiden hablar abiertamente de lo que sentimos.
En este punto, el papel del Estado es fundamental. El Ministerio de Salud ha planteado la necesidad de un abordaje integral de la conducta suicida que incluya la detección temprana, el fortalecimiento de servicios en salud mental y la reducción del estigma. Sin embargo, la realidad es que los recursos asignados siguen siendo insuficientes y los profesionales en salud mental escasos: según la OMS, Colombia cuenta con apenas 1,6 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de lo recomendado.
Es necesario reconocer que la violencia estructural y las desigualdades sociales también son factores de riesgo. El desempleo, la falta de oportunidades y la pobreza incrementan el sufrimiento psicosocial. En los últimos años, el DANE ha revelado que la percepción de bienestar en Colombia sigue marcada por la inequidad, y esa desesperanza es un caldo de cultivo para la conducta suicida. No basta con discursos de resiliencia; se necesitan políticas que reduzcan las brechas sociales.
El rol de los medios es igualmente determinante. El tratamiento del suicidio en prensa y redes debe ser responsable, evitando el sensacionalismo y privilegiando mensajes de prevención. Los periodistas tienen en sus manos una herramienta poderosa para generar conciencia, visibilizar recursos de ayuda y desmitificar la salud mental. Cada titular puede contribuir a salvar una vida o, por el contrario, a reforzar los estigmas.
El experimento social en Bogotá nos muestra que hay caminos creativos para tocar fibras sensibles y generar cambios culturales. El simple gesto de entregar flores a hombres vivos, acompañado del mensaje sobre la importancia de expresar emociones, fue más poderoso que muchos discursos. Es la evidencia de que necesitamos más pedagogía cercana y menos discursos técnicos que se quedan en los escritorios.
Los hombres en Colombia y en el mundo cargan con una mochila cultural que los obliga a mostrarse fuertes y a ocultar sus dolores. Esta mochila debe ser aligerada con políticas públicas que validen la vulnerabilidad como parte de la humanidad. No podemos seguir perdiendo vidas por sostener un ideal de masculinidad que solo genera sufrimiento.
La prevención del suicidio debe ser una política de Estado de largo plazo. No se trata de una campaña de un mes ni de una estrategia de ocasión, sino de un compromiso estructural que atraviese gobiernos. Así como invertimos en infraestructura, seguridad o defensa, debemos invertir en salud mental con la misma seriedad, porque de ello depende la vida de miles de colombianos.
Las familias tienen también un papel insustituible. El cambio comienza cuando un padre le dice a su hijo que está bien llorar, que expresar tristeza no lo hace menos hombre, que pedir ayuda lo hace más humano. La crianza con afecto y la validación de las emociones son, en sí mismas, una herramienta de prevención del suicidio.
De igual manera, los colegios deben convertirse en espacios seguros para hablar de lo que sentimos. La educación emocional es tan importante como las matemáticas o la historia, porque prepara a los niños y adolescentes para enfrentar la vida con herramientas sanas. Cada maestro capacitado para escuchar puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte de un estudiante.
La sociedad debe dejar de reproducir frases como “los hombres no lloran” o “sea machito”. Estas expresiones, aparentemente inofensivas, en realidad son cadenas que aprisionan la mente y el corazón. Cambiar el lenguaje es también cambiar la cultura, y en ello tenemos una responsabilidad compartida.
En este Día Internacional de la Prevención del Suicidio, Colombia necesita pasar del diagnóstico a la acción. Las cifras son suficientemente claras, los testimonios conmueven y las alertas son constantes. Lo que falta es voluntad política sostenida y compromiso social. Prevenir el suicidio es un imperativo ético y político.
La vida de cada colombiano importa. No podemos seguir aceptando que las flores lleguen a los hombres solo en sus funerales, ni que la salud mental siga siendo un privilegio. Prevenir el suicidio es construir un país más humano, más justo y más consciente de que cuidar la mente es tan vital como cuidar el cuerpo. La prevención, al final, es un acto de amor colectivo.