Escuchemos a Navarro
Pasadas algunas horas de la conmemoración del Día del Trabajo y el discurso presidencial, lo único que queda es desazón.
Pasadas algunas horas de la famosa marcha del 1 de mayo, que se convirtió en un punto de honor para el presidente Petro, el balance sobre qué día marcharon más, que si el 21 de abril o el 1 de mayo, francamente es irrelevante. No tiene sentido ponernos a contar cabezas para medir fuerzas y cobrar victorias.
Pasadas algunas horas de la conmemoración del Día del Trabajo y el discurso presidencial, lo único que queda es desazón. Sí, desazón porque no solo estamos comprobando que el país está dividido, también está exacerbado, tenso, crispado y no sé cuántos sinónimos más usar, que de alguna manera describan lo que nos está pasando.
Tanto opositores como afectos al Gobierno marcharon y podrán hacerlo mil veces más, ni más faltaba, para eso vivimos en una democracia y eso alivia. Lo que no alivia es que mientras los ciudadanos, de uno u otro lado salen a manifestarse, desde lo más alto del poder se reciba una descarga verbal tan negativa como peligrosa.
Eso fue lo que quedó de una jornada históricamente dedicada a rendir homenaje a los trabajadores.
Quedó la imagen de un presidente enardecido, furioso con el país que no le cree y envalentonado por una masa que, si bien tiene derecho a apoyarlo, se convirtió en el detonante de una delirante seguidilla de adjetivos y frases disonantes que iban desde "la marcha de la muerte", refiriéndose a la manifestación de miles del 21 de abril, hasta "no me quieren por el color de mi piel" haciendo alusión a su origen.
Todavía no entiendo ni lo uno ni lo otro, pero menos entiendo que eso venga del jefe del Estado, quien por orden de la Constitución representa la unidad nacional. Más allá de los opositores que tenga, que todos los presidentes han tenido y de manera feroz, sobre sus hombros pesa la obligación de cuidarnos como Nación y por encima de todo garantizar el Estado de derecho y la defensa de las instituciones, incluso a costa de sí mismo.
De alguna manera todos tenemos esa obligación, la de poner nuestro granito de arena para defender eso que nos hace país; por eso rechazamos alguna manifestación violenta en contra del mandatario o su familia, como también rechazamos que el propio presidente señale a alguien de participar en una “marcha de la muerte”. Ofende lo uno y lo otro y ofende más que en momentos tan difíciles se desborden la arrogancia y la falta de grandeza.
Cada uno hará su balance de lo que escuchó, pero está claro que desde la tarima el presidente abrió aún más esa zanja inmensa que convierte a Colombia en dos países. Desde la tarima, en vez de tratar de reconciliarlos, se encargó de separarlos con incomprensible insistencia.
Y es incomprensible porque viene precisamente de alguien que hizo parte de un grupo subversivo que le apostó a la paz y que después de lograrla, a pesar del asesinato de varios de sus líderes, entre ellos Carlos Pizarro, nunca dudo en persistir en ese propósito. Un grupo que en vez de las armas optó por la palabra y el acuerdo entre distintos.
Por eso en buena parte el M-19 redactó la Constitución que hoy nos rige, un ejemplo contundente de que así en las sociedades haya visiones distintas de las cosas, puede haber objetivos comunes.
Por eso el año 91 nos ilusionó tanto y hasta alcanzamos a creer que sería el inicio de un nuevo futuro. Y por eso preocupa que al presidente Petro le cueste tanto querer a todos los colombianos.
El mandatario está en todo su derecho de defender su programa de gobierno y las formas como quiere lograrlo, pero también tiene la obligación de respetar a quienes lo critican.
Nunca antes había sido tan necesario recordarle al presidente su obligación de honrar la Constitución, que fue perfectamente descrita y defendida por Antonio Navarro, su excompañero de armas y en ese entonces presidente de la Asamblea. El 4 de julio de 1991, durante la clausura de la constituyente dijo:
"Es el trabajo colectivo más impresionante del que ha sido testigo nuestra generación. Indígenas reivindicando 500 años de olvido, cristianos, católicos y no católicos, ateos, exguerrilleros viniendo a la paz, representantes de la aristocracia, sindicalistas y políticos tradicionales y nuevas fuerzas, el mosaico del país trabajando día y noche, sin descanso sin pausa”.
"Ahora cumplida la misión nos toca a todos, a ustedes y a nosotros, a quienes creímos y a quienes no creyeron, construir una Colombia de la dimensión de la Constitución que hemos forjado, un país donde vivamos con fe y pongamos con orgullo en manos de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos el mañana".
Presidente es el momento de honrar la palabra y cumplir lo que ese día se prometió, lo que de buena fe se firmó y lo que por una sola vez en nuestra historia nos unió.