Injusto e innecesario

Pretender rechazar la violencia contra los animales con violencia es al menos preocupante.


Gustavo Nieto
jun 29 de 2024 06:00 a. m.
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Comienzo este texto aclarando que no soy aficionado a las corridas de toros, jamás he ido a una de ellas y estoy convencido de que los animales merecen nuestro respeto. Desde mi modesta esquina trato de poner mi granito de arena en esa tarea por lograr que los humanos aprendamos a convivir con otras especies.

Ocho hermosos perros criollos recogidos en las calles en condiciones muy difíciles y que hoy tienen una vida con bienestar, son la prueba de que hago lo que está a mi alcance para devolverles, en algo, la lealtad y amor que ellos profesan incondicionalmente.

Dicho esto, aún trato de buscarle algo de lógica a la innecesaria e injusta agresión planeada en Duitama contra César Rincón, un hombre bueno, esculpido en medio de las dificultades, como tantos colombianos de esos que dice este gobierno defender. Un jovencito que, para este gobierno progresista, cometió el error hace 50 años de querer ser torero, hacer una vida en medio de una actividad que para la época era más que bien vista y que en vez de elegir el camino de la delincuencia, se la jugó por la llamada "fiesta brava" en la que fue uno de los más grandes.

Pero es tal la intolerancia que engendra el hecho de tumbar una estatua de este torero, en medio de alaridos y aplausos, que el fondo de todo, que es la revisión que las sociedades modernas están haciendo sobre las actividades que impliquen maltrato animal, queda en segundo plano y la discusión se centra en la peligrosa práctica de desaparecer todo lo que no nos guste, en este caso lo que no le gusta al gobierno de turno. Nada más radical y tenebroso, que escena lamentable en pleno siglo XXI.

Es probable que a algunos les suene exagerado, pero no puedo evitar remontarme a las más oscuras épocas de la humanidad, en las que mandaban a la muerte o al destierro, por sola sospecha a quienes, por alguna razón, les parecía a los gobernantes, no encajaban para los cánones de su época.

Es imposible no recordar la cruel persecución a unas jovencitas en Salem, Massachusetts, las acusaron de brujas, años más tarde los tribunales reconocieron “bastantes irregularidades" en los juicios que las llevaron a la horca. Pero acerquémonos un poco a nuestros tiempos, hace apenas unas décadas los nazis "marcaron" los negocios de los judíos en Varsovia, destruyeron sus vitrinas y después se llevaron a sus dueños a guetos y luego a los campos de exterminio, ¿la razón?, simple, eran judíos y no le gustaban a quien gobernaba.

Y aún más cerca en el tiempo y la geografía, no olvidemos los linchamientos de negros en Mississippi o Luisiana, ¿la razón?, simple, eran negros y no le gustaban a quien gobernaba.

La negación del otro y su aniquilación, así sea a través de mensajes velados, como la destrucción de símbolos o imágenes es violencia, con todas sus letras.

Ya en nuestro país tenemos peligrosos antecedentes que de tajo constituyen una imposición inaceptable de la verdad de unos cuantos, esos que decidieron que había que revisar la historia y a golpes tumbaron las estatuas de Belalcázar en Cali o los Reyes Católicos en Bogotá, "está bien" diría alguien, "es que la conquista fue cruel y despiadada y es hora de acoger la visión de los vencidos", pero no, no era eso, era otra cosa, o sino explíquenme por qué también destruyeron el monumento de Los Héroes, dedicado al Libertador Bolívar, simple, porque a unos cuantos no les gustaba y a punta de violencia lo decidieron ante millones de ciudadanos que asustados volteamos la mirada.

Es increíble que a pesar de que el Congreso de la República decidió prohibir las corridas de toros, en un escenario democrático, como debe ser, unos cuantos funcionarios se autoproclamen dueños de la verdad y poseedores de una supuesta superioridad moral y le envíen al país un mensaje tan injusto como innecesario.

Nuestras instituciones se han pronunciado sobre los animales, la Ley 1774 de Protección Animal promulgada en el 2016 establece derechos para los animales como seres sintientes, la Corte Suprema estableció que los animales son sujetos de derechos, incluso en un fallo histórico el Tribunal Superior de Bogotá reconoció a un perro como miembro del núcleo familiar y habló por primera vez de la familia multiespecie.

Así hablan las sociedades civilizadas, a través de las instancias legales, con base en el derecho y la aplicación de la justicia. No a través de espectáculos histéricos y agresivos que tienen la clara intención de amedrentar, como en épocas oscuras. Por esto es tan contradictorio iniciar la construcción de una "plaza de la cultura" con un hecho tan intolerante. Pretender rechazar la violencia contra los animales con violencia es al menos preocupante.

El problema no es apoyar la "fiesta brava", que de plano no apoyo, el problema es la arrogancia con la que algunos quieren imponer sus ideas. Bien lo dijo la congresista Andrea Padilla, reconocida líder animalista, "creo que quienes hicieron esto se equivocan, siembran resentimiento y despilfarran recursos en actos populistas". Diciendo esto, Padilla no renuncia a sus principios que seguro defiende más que nunca, solo reconoce un acto que no tiene presentación y deslegitima la tarea de defender a los animales, que en algunos casos debería tener otro tipo de defensores.

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