Miedo y desamparo
Se nos volvió un riesgo tomar el Transmilenio, pasear la mascota en el parque, tomar un café en cualquier terraza o caminar por el barrio.
- Víctima de robo: Hola Ferney cómo está, le habla Miguel, ¿me recuerda?, el del atraco en la 72.
- Ladrón: ¿Miguel?, me suena, Miguel, ahhh sí claro el del Iphone de protector azul, claro si señor, ¿cómo le acabó de ir?
- Víctima de robo: Bien, bien si señor, pues salvo el susto de lo del puñal y eso, pues no más, de resto todo bien.
- Ladrón: Sí, entiendo, usted me disculpará, pero es que está duro levantar el billete y a veces toca a la mala.
- Víctima de robo: Sí, yo entiendo, pero de eso le quería hablar, ¿tiene tiempo? es que mire que ya han pasado dos meses y ni me repuso el aparato y tampoco me ha respondido por las cuotas que acordamos, ¿será que sumercé sí me va a cumplir?
- Ladrón: Ay don Miguel ganas no me faltan, pero es que esto está difícil y mire que me ha tocado responderles como a otras 5 personas y el bolsillo no alcanza, déjeme yo miro qué puedo hacer y le aviso.
Aunque parezca una caricatura, realmente no lo es, está conversación podría suceder, recordarán que hace varias semanas el ministro de Justicia, Néstor Osuna, puso como ejemplo para defender su teoría de la justicia restaurativa, la posibilidad de que un ladrón de celular concilie con su víctima y se comprometa a devolverle el aparato robado y además pagarle cuotas de su servicio de teléfono.
La justicia restaurativa existe y es una posibilidad para atender cierto tipo de delitos lo que permitiría resolver algunos pleitos sin necesidad de que la cosa termine en la cárcel para alguno de los involucrados, hasta ahí la cosa suena sensata, pero la realidad es otra, lamentablemente es otra y todos los días estamos viendo dolorosos ejemplos que nos demuestran que solo el imperio de la ley es el que va a poner algo de orden en este reino del caos y el miedo. O sino preguntémosle a la familia de Isabela Montoya de 18 años que murió cuando quiso defenderse de un ladrón y terminó atropellada en una calle de Medellín o de tantos otros que por un celular han sido asesinados sin compasión como Miller Steven, promesa del fútbol, o Alejandro, ciclista empedernido asesinado en una ciclorruta.
Mientras vemos de manera recurrente cómo en las calles mueren personas de las formas más impensadas, el mensaje que viene desde la autoridad es por lo menos desalentador.
Se entiende que de nada sirven las cárceles sin unos programas serios de resocialización para los internos, pero también de nada sirve simplemente decir que no se van a construir más, mientras en las calles los ciudadanos están a merced de los criminales y las estaciones de Policía abarrotadas de detenidos en las peores condiciones. Ni los unos ni los otros están recibiendo lo que se merecen y la respuesta de la autoridad no resuelve ninguna de las dos. Incluso hasta justifica muchas cosas por encima de la protección de la vida y los bienes de las personas.
"Quienes queman un bus, una casa o matan a alguien, serán castigados, pero no son terroristas. Tienen derecho a estar furiosos." dijo el mismo ministro Osuna hace unos días. No sé si desde el punto de vista del derecho esto tenga justificación o corresponda a un tema relacionado con la protesta social y su estigmatización, como aduce el funcionario, pero francamente cuesta trabajo digerirlo más allá de que se refiera a situaciones específicas, como también cuesta digerir la propuesta de darles dinero a quienes dejen de delinquir, sin duda loable, generoso, hasta compasivo, pero es imposible no preguntarse ¿y las víctimas?
¿Dónde queda el derecho de quien le apostó a la ley y al trabajo honesto? mientras tanto los medios de comunicación y las redes se inundan con el registro de asesinatos y abusos.
Gabriel asesinado por su papá; Juan Esteban asesinado por pisar a la persona equivocada en el Transmilenio; Leydi Lorena asesinada por su expareja delante de su hijo de 4 años, solo por mencionar los casos más recientes. Incluso ya son cotidianos los hechos de justicia por mano propia que no son más que el reflejo de una sociedad violenta, que además teme y se siente desprotegida.
En las calles, en las carreteras, en el campo, el miedo hace invivible el día a día porque el delincuente gobierna, la justicia no obra y la desautorización a la policía se volvió la narrativa oficial.
Ver hordas de jovencitos lanzándose desde tractomulas como hormigas a asaltar un peaje a plena luz del día o niños armados de puñales atacando a un conductor que no quiso que le limpiaran el vidrio de su carro, son imágenes que en mi mente solo eran posibles en algunas películas. Envalentonados criminales amenazando con fusiles a comerciantes es por lo menos la antesala del peor de los escenarios, ¡sálvese quien pueda!
Escenas que son el diagnóstico de una sociedad enferma que requiere de una profunda evaluación, pero también que sea capaz de definir qué es lo correcto, y en eso, quienes tienen el poder son fundamentales.
El Gobierno parece hacer esfuerzos para ser incluyente y respetuoso con quienes piensan diferente, la propia conformación del gabinete, las coaliciones en el Congreso, las reuniones con quienes hasta hace poco eran sus contradictores, los acuerdos con los ganaderos o los generadores de energía son hechos que nos demuestran que podemos convivir. Pero en los escenarios más elementales, más simples, en los cotidianos no somos capaces.
Se nos volvió un riesgo tomar el Transmilenio, pasear la mascota en el parque, tomar un café en cualquier terraza o caminar por el barrio, simplemente porque los hampones están al acecho y nadie nos protege. No nos pongan hablar con nuestro agresor, como hipotéticamente se plantea al comienzo de esta columna, solo captúrenlo, denle un juicio justo y una condena acorde al delito que cometió. Así de fácil se resume la posibilidad de vivir en un estado de bienestar, hacia allá deberían estar enfocados los esfuerzos de quienes ejercen la autoridad, lo demás suena a disculpa, pero sobre todo suena a incapacidad.