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Colombia y la Melancolía de la resistencia, un Nobel que cae como anillo al dedo

“El malhechor escucha a los labios perversos, el mentiroso presta atención a la lengua detractora” (Proverbios 17: 4)


Hernán Estupiñán
oct 15 de 2025 11:13 a. m.
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No podría ser más oportuno y acertado el título de la obra cumbre del nuevo nobel de literatura Lázló krasznahorkai para una nación que levanta de manera equivocada las banderas legítimas de la resistencia, pero acudiendo a la violencia. Y claro, tal como lo intuyen, no me refiero precisamente a Hungría, la patria del escritor premiado, sino a la nuestra, a esta Colombia desorientada y caótica, tal como lo afirma el propio autor hablando de sus compatriotas: “No quieren solucionar las cosas con comunicación, sino huyendo del problema hasta que llega el momento en que hay que enfrentarse y entonces apelan a la agresión. La capacidad de comunicación y de aceptar una opinión ajena es una característica de la que carece el húngaro” (léase también “el colombiano”).

Lo dijo el mismo escritor hace un año en una entrevista con el periódico El País de España recabando en que Hungría pasó de una dictadura comunista a posturas de extrema derecha sin solucionar sus problemas, apenas recurriendo a la idiosincrasia de la fuerza para imponer ideas.

Pero hablemos del premio. La Academia Sueca concede el honor a Krasznahokai “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. ¿Apocalipsis? No podemos negar que el caos por el que atraviesa Colombia se parece muchísimo a los acontecimientos que narra “Melancolía de la resistencia”, si tomamos la segunda acepción del diccionario de la RAE: “apocalipsis: Situación catastrófica ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total”. Ustedes juzgarán si el contenido de la novela es apenas una especulación narrativa o corresponde a la deplorable realidad de nuestra propia Melancolía.

La llegada de un circo a un pueblo con su ballena gigante y disecada como gran novedad crea un escenario calculado y perfecto para la anarquía, de tal manera que surge la intimidación, materia prima de la violencia como factor para el “nuevo orden social”. Sus personajes: una pasajera que viaja en tren con la única pretensión de llegar a casa de manera segura, otra mujer oportunista y manipuladora que ve en el desorden la oportunidad para imponer una nueva forma de poder, un intelectual pesimista que cree que el apocalipsis ya reina y no hay nada qué hacer y un joven delirante a quien los poderosos ven como el tonto del pueblo fascinado con los anuncios del circo. El final de la historia: saqueos y ataques porque el circo no puede exhibir a plenitud su inmensa ballena, una ciudad desolada, colmada de basura y destruida gracias a los “trabajadores de la descomposición”, no solo material sino moral y social.

En resumen, una metáfora de la verdad implacable de la violencia, como arma política, donde el oportunismo disfrazado de optimismo, y la inacción y corrupción de las autoridades imponen la nueva modalidad de gobernar.

Los académicos usaron la expresión “terror apocalíptico”. Y es obvio, no podemos ignorar la carga ideológica que acompaña siempre el discurso del Premio Nobel. Seguramente el mensaje, entre líneas, no tiene nada que ver con Hungría y menos con este rincón abandonado del planeta, nuestra Colombia, sino con el conflicto en Gaza. Este es el trasfondo, pues lo que está pasando en esa pequeña zona de oriente es algo trascendental porque el escenario del conflicto es una franja estratégica que han disputado los imperios a sangre y fuego desde las guerras de la edad del Bronce, al menos 1.200 años antes de Cristo y todavía más: Gaza es una porción de la Tierra Prometida desde la fundación del mundo y por esto lo que suceda con Israel y Palestina será determinante.

¡Ah, pero siempre ha habido guerras y destrucción! Es la tesis de los suspicaces. Sí, pero no hay dudas de que vivimos, como nunca, la última posibilidad de la Historia para atender el llamado divino a rectificar el camino, nada menos que la trompeta del arrepentimiento. Esto no es un asunto de religiones sino de certeza. Es innegable que Israel es el reloj de Dios. Y es oportuno recordar que “Apocalipsys” en el latín tardío significa “Revelación”, y el libro de las revelaciones escrito por el apóstol Juan es, para quienes hoy perseveramos en la fe, una reconvención amorosa a la esperanza y a La Paz verdadera, la que vendrá con el retorno del Jesús auténtico, no del Jesús histórico.

“Melancolía de la resistencia”, la novela del nuevo Nobel, nos cae, desde cualquier punto de vista, como pedrada en ojo de boticario. Si la historia inicia con ese extraño viaje en tren de una mujer cuya única intención es llegar sana y salva a casa, aunque el destino se desdibuje en el trayecto y se pierda en el arribo a la patria chica por cuenta de un circo ilusorio y farsante que incita a los agentes del mal a convertirse en genuinos trabajadores de la destrucción, el final de la obra es el hedor de la descomposición, porque sembraron “fango sobre el cenagal”, como resaltan algunos analistas de la obra del original escritor húngaro.

En el caso de nuestro terruño, el tren de la historia nos muestra una ilusión, una visión borrosa de la realidad, una utopía transformada en distopía, un sueño vuelto pesadilla, como en “El guardagujas”, el maravilloso cuento del mejicano Juan José Arreola, un tren sin timón y sin guía en un sistema ferroviario inexistente, sin rieles y sin rumbo. Colombia, como Hungría, es una nación donde, a la manera de lo que narra “Melancolía de la resistencia” y como lo resume bien el epígrafe de esta excepcional novela, la realidad “transcurre, pero no pasa”.

Lo afirmó el propio escritor Lázló krasznahorkai: “No creo en el progreso ni en la posibilidad de cambio de la condición humana. Creo que solo podemos vivir a través de las palabras”. Y si apelamos al poder de las palabras, les dejo esta otra pequeña historia que narra Lucas el evangelista y que ocurre durante la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en respuesta a los fariseos que le pedían que reprendiera a sus discípulos por aclamarlo. Jesús dijo: "Si estos callan, las piedras clamarán".

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