El Nobel a Han Kang. ¿El boom de la literatura coreana?

Sé que hay un contingente, cuando menos un escuadrón, de lectores entusiastas con la nueva Nobel, entre los cuales no me cuento.


Hernán Estupiñán
oct 24 de 2024 06:10 a. m.
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Por segunda vez le insistió la voz:
—Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro.
Hechos 10: 15

Sé que hay un contingente, cuando menos un escuadrón, de lectores entusiastas con la nueva Nobel, entre los cuales no me cuento. Estoy dentro de los lectores, pero no entre los más entusiastas. Voy a exponer las razones, desde luego subjetivas, como suele ser toda valoración literaria. Hablaré apenas de dos de los libros de la surcoreana: La clase de griego y La vegetariana. Y comienzo por este último:

“Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto particular…”, como dice textualmente la autora en boca de uno de sus personajes al comienzo de la novela. Y esto es lo que me sucedió justamente con su obra. Me atrajo la crudeza poética de su lenguaje y el sentido experimental de su estilo, pero no me acomodo a sus temas, que tienden a ser buenos y aceptables por el simple argumento de que suponen la emancipación de la raza humana. En el caso de esta nouvelle de Kang es la historia de una mujer que se rebela contra su entorno familiar y social marcado por una cultura machista, a través del hecho de negarse, para siempre, a comer carne. Y claro, son muchos los casos, y en todos los rincones del mundo, de anorexia, bulimia, vegetarianismo mal concebido, etc., que llevan a la tragedia. No tengo reparo en que este sea un tema literario, y menos si está bien contado desde la ficción, como es el caso de nuestra autora, pero mucho me temo que estos contenidos pasan por un auge en el ambiente libresco.

Las propias autoras coreanas, como Kang, y también en el lance de Cho Nam- joo, quien nos visitó en la FilBo este año, se esfuerzan, y mucho, en enfatizar que su enfoque no es feminista, pero hay un público que persiste en encasillarlas, a pesar de ellas mismas. Ellas aclaran que no militan en esa clase de movimientos, pero sus libros se venden porque esgrimen argumentos literarios que se aproximan a ese ambiente. Les creo, la literatura es literatura y punto, pero el mercado editorial insiste en llamar a eso “literatura feminista”. Y agrego algo: con frecuencia esta clase de literatura viene acompasada con ciertas dosis de imágenes de sexo grotesco, camufladas en la sinceridad del lenguaje, pero que finalmente se diluyen por el persistente recurso de descripciones extravagantes que se suceden como en una perorata, cadenciosa sí, pero fastidiosamente enunciativa. Muy distinto habría sido recurrir a escenas de sexualidad o erotismo convenientes al argumento.

En cambio, La clase de griego' novela también breve, cuya lectura me sorprendió por la mitad cuando le otorgaron el Nobel a Kang, sin imaginar que daría para tanto, la acabé en medio de una agradable sensación. Me llamó poderosamente la atención la formulación de sus personajes, una mujer que pierde el habla (obsesión mía, también como autor) y un hombre que está quedándose ciego, como Borges, lo que configura sin lugar a dudas una caracterización protagónica muy atractiva y la estructura de la narración, que le permite a su autora agitar sin problemas las banderas de la novela moderna: fragmentada como la vida misma, frágil como Pibi, la mascota de uno de los protagonistas de esta historia, pero, a la vez, exigente con el lector, sin concesiones. Finalmente, todo esto provoca que uno se mantenga atento a la trama y en la búsqueda de las raíces de los traumas de los personajes.

Sin embargo, estas lecturas me dejan mitad satisfecho, mitad insatisfecho, porque así como en La clase de griego fueron suficientes las limitaciones físicas y los sentimientos de la “sordomuda” y el “ciego”, que surgen con naturalidad desde la condición humana, hasta llegar a lo sublime: aquello de escribir con sus dedos en las manos del otro para poder comunicarse, en La vegetariana se exhala un sabor poderosamente agridulce, muy cercano al de la provocación al lector, simplemente para producirle asco y justificar el argumento.

Espero, con mi corazón de lector dividido, que con el Nobel a Hang Kang no estemos frente a esa especie de espejismo, tan recurrente, de un boom de autoras, en este turno las coreanas, simplemente porque tocan temas que argumentan vindicaciones históricas o humanísticas sino porque de verdad son auténtica literatura. Por esto me atrevo a dejarles algunas preguntas:

¿Será que los señores de la Academia insistirán en las tendencias?, ¿preferirán seguir premiando a autores y autoras de moda y continente?, ¿esperarán a que mueran autoras como la croata Dubravka Ugrešić para que sigan engrosando la lista de los no premiados, que ya integran con honores Tolstói, a quien no le otorgaron el galardón por su confesión cristiana, y a nuestro apreciado y siempre recordado Borges, porque era políticamente incorrecto? Simples preguntas.

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