País de "guérrfanos": los hijos de la guerra y el silencio
Crecer con la ausencia de alguien tan querido y de vínculos tan estrechos como la madre, el padre o los hermanos, es lógico intuirlo como algo complejo y desolador.
“El justo perece
y a nadie le importa;
mueren los siervos fieles
y nadie comprende
que el justo perece
para ser librado del mal”.
(Isaías 57: 1)
Cómo olvidar la imagen de ese niño de cuatro años mientras juega y dice frente a la cámara de un noticiero de televisión: “Mamita linda, te quiero… Quiero jugar contigo… Ven pronto”. Pero ella nunca volvió, fue asesinada por los matones de Pablo Escobar que la habían secuestrado meses antes. Sin duda, me refiero a la periodista Diana Turbay de 40 años y a su pequeño Miguel que antes de cumplir los cinco comenzó a convivir con la orfandad. La imagen recorre las emisiones noticiosas del 11 de agosto del 2025 e inunda las redes sociales. 35 años después, en el mismo país violento que no ha cambiado, el mismo que les tocó a nuestros hijos, el mismo donde creció Miguel, el mismo que vio nacer a su hijo Alejandro, quien ahora, a la misma edad en la que su padre perdió a su mamá, se queda sin su papá.
En Alejandro se repite la historia, otro “guérrfano” si aceptamos que lo nuestro, nuestro conflicto y nuestra orfandad es consecuencia de una guerra delirante, sí, guerra de odios, auspiciada desde lo más alto del poder por un insolente lenguaje de guerra. Lo único que ha cambiado desde los aciagos años noventa en Colombia es la tecnología, y pensar que hay ejércitos de insensatos y lenguaraces que la usan para pregonar sus frases de injuria y agravio.
Crecer con la ausencia de alguien tan querido y de vínculos tan estrechos como la madre, el padre o los hermanos, es lógico intuirlo como algo complejo y desolador. Por esto quiero aprovechar para referirme a dos lecturas sobre seres ausentes. En este caso los autores nos narran historias de hermanos de sangre a quienes apenas conocieron fugazmente, como le sucedió a Miguel con su mamá y a Alejandro con su papá. El primero es un extraño libro llamado “Blanco” de la reciente Nobel de Literatura, Han Kang, una evocación de los momentos no compartidos con su hermana muerta horas después de nacida. Ella, la autora, imagina y siente, por lo que le cuenta su mamá, cómo pudo haber sido la presencia de su hermanita si hubiera sobrevivido. Y entonces elabora una larga lista de cosas y objetos blancos, desde el vientre vacuo de la madre, el cobertor blanco, los mitones blancos, la nieve, la luna… en fin, un universo blanco y puro, como el de una estrella efímera, el espacio y el vacío que dejó la hermana ausente.
El segundo es un cuento del rumano Mircea Cartarescu, “El ojo castaño de nuestro amor”, escrito con esta carga tan poética que expresa el dolor de la ausencia de su hermano gemelo desaparecido cuando apenas eran niños, a la edad de cinco años. Su hermano Víctor compartía cama de enfermos de neumonía en un hospital de Bucarest en la Rumania comunista de los años 70, y de repente, una mañana, ya no estaba. “A Víctor se lo tragó la tierra miserable de unos años terribles. Nunca supimos qué le sucedió. A mis padres les aconsejaron callar. Hoy, le llevo flores a una pequeña tumba vacía. Por las mañanas, cuando me miro al espejo, no veo a nadie”, dice el autor. Pero, Mircea, el escritor, ha cargado siempre en su corazón y en su alma con la escena de infancia en la que después de jugar hasta el cansancio con su hermanito gemelo juntaban sus cabezas con la de su mamá, y por supuesto sus miradas, en un círculo en donde él veía un solo ojo, el ojo castaño y colectivo del amor.
A María Claudia Tarazona, la valiente esposa de Miguel y mamá de Alejandro y a la hermana de Miguel, María Carolina Hoyos Turbay, Colola, con quien compartí el oficio del periodismo, mi admiración por su corazón grande y generoso, porque han perdonado y siguen perdonando. María Claudia, Colola: el perdón es el mensaje más hermoso que nos dejó Jesús, porque a quienes debemos perdonar es a nuestros enemigos. Este mandato es más poderoso que las pistolas y las diatribas en redes sociales. El delicado dedo de Cristo, todavía escribe sobre la tierra el poema más hermoso de amor cuando los acusadores venían a apedrear a la mujer adúltera. El juicio y la venganza, según la misma Escritura, le corresponden a Dios, no a los hombres.
Y a Alejandro, huérfano desde niño, le digo que cuando sea adulto, y aunque no termine de comprender lo que pasó con su papá, imite a su mamá y a su tía en el otorgamiento del perdón y, por encima de cualquier cosa, no pierda jamás la fe, que es la convicción de lo que no vemos, pero también la certeza de lo que esperamos.
Alejandro: te vi sentado al lado de tu padre, juntando sus manos en el teclado blanco y negro del piano, celebrando juntos la alegría de la música y el hogar y, seguramente, más de una vez juntaron también sus cabezas. No olvides que en las miradas compartidas se dibujará siempre “el ojo castaño de nuestro amor”.