Un libro también es un buen regalo: ¿Cuál puedo regalar en Navidad?

Cualquiera que sea la isla o el archipiélago donde nos cojan la Navidad y el Año Nuevo será bueno tener un libro a mano, porque los libros otorgan alegría y esperanza.


Hernán Estupiñán
dic 20 de 2024 09:46 a. m.
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Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
(Efesios 2: 8 y 9)

Hablemos de regalos. Sí, porque en esta época del año así sea un par de calcetines, ya no una corbata, porque la corbata pasó de moda, ni unos zapatos de tacón alto, porque también están alcanzando el olvido con esta confortable costumbre de usar tenis para toda ocasión; tampoco obsequios ostentosos, porque de eso ya no dan, pero hay que obsequiar algo, y con generosidad. El versículo que cité arriba es muy famoso, porque fue el que halló Martín Lutero, el monje rebelde, cuando entendió que la salvación es justamente eso: un regalo, nada menos que la gracia paterna a través de Jesús, el Hijo, cuya natividad es lo que celebramos por estas fechas. La Biblia dice además que Dios ama al dador alegre, no al que ofrenda con tristeza o amargura. Tantas veces he dicho, y no me canso de repetirlo, un libro también es un buen regalo, pues, según afirma Irene Vallejo en su maravilloso El infinito en un junco “Los libros son una declaración de amor”.

Entonces, ¿cuál puedo regalar, o pedir regalado, o regalarme ahora? Voy a recomendar cinco libros, quizás unos pocos más, de los autores que me gustan. Iniciemos por la española y su Infinito:

El infinito en un Junco, de Irene Vallejo: una apasionante historia sobre la escritura, las bibliotecas, el amor a la lectura y, por consiguiente, sobre el amor a los libros como instrumentos de evolución histórica, persecución, sobrevivencia y salvación de momentos y de vidas. No sobra decir que su atractivo radica también en que es una extraña amalgama de géneros que acarician la novela, el cuento y el ensayo, muy elogiado y premiado precisamente por su amenidad para abordar temas quizás tan académicos.

Un lugar llamado antaño, de la polaca Olga Tokarczuk, premio Nobel 2018: novela polifónica en la que sucede exactamente lo contrario que en la Comala de Juan Rulfo en Pedro Páramo, porque aquí los que hablan son los vivos que están muertos por las guerras en un convulsionado rincón de Europa; sus personajes pertenecen a varias generaciones, por esto hay quienes la comparan con Cien años de soledad, ahora que Netflix puso en escena los dos clásicos latinoamericanos. En todo caso “Antaño es un país en el centro del universo”, como dice la frase inicial del libro, pero olvidado. También podría recomendar Sobre los huesos de los muertos, de esta misma autora.

Trilogía, del sueco Jon Fosse, otro Nobel (2023). El título no es para asustarse, no es exactamente una trilogía de novelas, sino una trilogía de relatos cortos sobre un mismo hecho, que componen entonces una novela formidable que cuenta la aventura de una joven pareja desterrada; ambos se van replegando como si el tiempo se arrugara, más que para recordarlo o reconocerlo, en un intento por vislumbrar lo que quizás no buscan ni les pertenece. También recomiendo Mañana y tarde. Fosse es un maestro doblando y desdoblando personajes, pero además juega con el lenguaje hasta hacerlo musical.

Esta herida llena de peces, de la colombiana –y es y es la única compatriota que voy a recomendar–, Lorena Salazar Mazo: El título no sólo es sugerente, es que la novela despliega la aventura de una madre blanca con un hijo negro, y adoptado, en su recorrido por el río Atrato, de regreso a entregárselo a la madre biológica. Subyacen en el texto el exótico territorio de un Chocó vasto y mágico cubierto de escenas de ternura y de violencia, con un final sorprendente.

Lo pasado no es un sueño, del griego Theodor Kallafatides, una rareza de autor que descubrí por una entrevista que concedió a Página 2 de la Televisión Española. También podría recomendar Otra vida por vivir, pero me quedo con el primero, porque narra la historia de un muchacho griego, por supuesto, que tiene que abandonar su país. Migrar a Suecia, formarse, hacerse y deshacerse, y luego retornar a sus raíces para comprender que, entre la nostalgia y la realidad por su nueva patria, habita la esperanza. Es una novela sobre migrantes, sí, pero con la dicotomía de querer quedarse contemplando las estrellas en una azotea, para no olvidar su terruño y sus ancestros.

Gilead, de la estadounidense Mery Robinson. Ganó el Premio Pulitzer de Ficción en 2000. Esta es la autora que elogiaba Barack Obama, cuando era Presidente. Y si el título es extraño, más raro es aun que una gringa escriba sin la sequedad del lenguaje al que nos tienen acostumbrados, como diría Piero, los “americanos”; muy gringa sí, pero es una narración casi poética y muy conmovedora que encarna la historia de un lugar inventado, que tal vez sea cualquiera de los Sprinfield de Estados Unidos, como en los Simpson, pero que más bien es un lugar bíblico y del alma, la del pastor John Ames, quien tiene un hijo cuando ya está muy viejo y con la certeza de que va a morir pronto escribe una carta a su pequeño para que el niño la lea cuando sea adulto. El telón de fondo es un repaso por la vida en el profundo sur de Estados Unidos, incluidas las aventuras de los Quáqueros –sí, los de la famosa avena del tarrito azul– y la guerra de Secesión, pero la almendra del libro es la larga carta con los consejos de una experimentada oveja espiritual que le enseña a su heredero el valor de la fe para vivir la vida. En casa es otra tremenda novela de Robinson.

Y, por último, aunque debería ser el primero, recomiendo el libro de libros:

La Biblia, porque es inspiración divina , antigua y nueva, y en la historia más reciente marcó también la libertad de un pueblo oprimido por la ignorancia religiosa en el siglo XVI, cuando el Nuevo Testamento, la Biblia de Lutero, traducida del latín y el griego, primero al alemán, luego inundó a Europa en medio de la guerras campesinas, no para que las guerras hicieran lo suyo, sino para que los evangelios emanciparan a esos pueblos de la “esclavitud” teológica impuesta por el Sacro Imperio RomaNO. Y, gracias a ello, Las Escrituras y la escritura sobreviven.

Porque, qué más vamos a hacer si después de las celebraciones y el jolgorio de estas fechas compartidas en familia y con amigos, de repente, nos sorprende la soledad. Cualquiera que sea la isla o el archipiélago donde nos cojan la Navidad y el Año Nuevo será bueno tener un libro a mano, porque los libros otorgan alegría y esperanza. Voy a repetirlo: Un libro también es un buen regalo, así como una isla, no necesariamente es un lugar geográfico. Y, por lo mismo, como dice el viejo estribillo de una librería: “Soy libre, eres libre, somos libres. ¡Que viva la librería!”.

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