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Construir un hogar seguro y tranquilo cuando no se hereda

La vivienda digna también es salud y tiempo en familia para las madres cabeza de hogar que visualizan la tranquilidad.


José David Castellanos
oct 14 de 2025 06:21 p. m.
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Escribo para una lectora concreta: la madre bogotana que sale antes del amanecer, deja todo listo, mira dos veces la cerradura y piensa, al mismo tiempo, en el camino hacia el colegio de sus hijos, en si alcanzará para el arriendo o la cuota. En mis columnas anteriores he hablado de cultura y de empleo, hoy quiero hablarle a usted de vivienda y seguridad como la base de esa palabra que casi nunca cabe en las noticias: tranquilidad.

Bogotá ha dado pasos que vale la pena reconocer. La ciudad ordenó su oferta de vivienda bajo “Mi Casa en Bogotá”, que reúne programas para comprar, arrendar con apoyo y mejorar casas que ya existen (19.888 subsidios asignados en la actual administración). También puso a andar Gestores del Orden (1.700 empleos generados), equipos civiles y sin armas para mediar conflictos y activar respuestas de las entidades, y fortaleció frentes de seguridad e instalación de cámaras que leen placas para perseguir el hurto de carros y motos.

Todo eso ayuda. Pero si algo me enseñan las conversaciones en Kennedy, Bosa, Suba, San Cristóbal, entre otras localidades, es que aún hay deudas con las familias: demasiada tramitología, ayudas que se agotan antes de llegar a la escritura de una vivienda propia y barrios donde las noches se colman de miedo. Mi visión parte de una idea sencilla: un hogar seguro no se hereda, se construye. Y se construye con dos ladrillos a la vez: techo estable y entorno confiable.

El primer ladrillo es la estabilidad de la vivienda. Los apoyos de arriendo existen y han evitado que muchos hogares caigan en la informalidad o en estafas. Pero una madre no quiere vivir de auxilio en auxilio. Quiere ver un camino claro. Mi visión es convertir las ayudas de arriendo en una ruta con destino: apoyo temporal, ahorro programado acompañado, asesoría para el crédito y prioridad en la oferta de proyectos VIS (Vivienda de Interés Social) y VIP (Vivienda de Interés Prioritario). Que cada peso público acerque a la escritura de la casa propia y no a la mudanza eterna. Y para quienes ya tienen casa, pero la sienten frágil —la cocina que no aguanta, el baño que se rompe, la humedad que enferma a los niños—, hay que expander y simplificar los mejoramientos de vivienda: trámites cortos, verificación rápida y ejecución con calidad. Dignificar una casa es también una política de salud.

El segundo ladrillo es el entorno. La ciudad no se siente igual en una cuadra iluminada, con presencia institucional, que en otra donde nadie responde las llamadas. Por eso defiendo una seguridad que se note en la vida diaria: rutas escolares iluminadas y cuidadas, botones de pánico donde haya mayor riesgo, frentes de seguridad que funcionen de verdad y cámaras integradas al trabajo de los cuadrantes y la Fiscalía. Ahí los Gestores del Orden son útiles: su papel no es reemplazar a la Policía, sino evitar que un problema pequeño escale y asegurar que las entidades sí vayan.

Sé que muchos hogares no acceden al crédito por miedo o por requisitos que no calzan con la vida real (3 de cada 100 personas accedieron a crédito de vivienda en 2024). Lo he escuchado en diversos territorios: “Me da susto endeudarme y que me tumben”. Por eso insisto en dos herramientas que se deben llevar al debate legislativo y a la coordinación con el Distrito. La primera, un Fondo de Garantías para arriendo y mejoramiento, que respalde a madres cabeza de hogar y a trabajadores de la economía popular para que no los castiguen por no tener historial “perfecto”. La segunda, microcréditos de mejoramiento con cuotas bajas y seguimiento, con pagos a través de servicios públicos para hacerlos auditablemente. El crédito debe ser un detonador de oportunidades, no una trampa.

También visualizo algo práctico que la gente agradece: verificación de arrendadores para evitar estafas. Un “paz y salvo ciudadano” que permita revisar, sin costo, si el inmueble y quien arrienda están en regla. Hacerlo sencillo evita lágrimas después.

Todo esto exige coordinación entre los programas distritales y gubernamentales, para que desaparezcan las peregrinaciones de papeles y las dobles ventanillas. Y, sobre todo, para darles prioridad a los hogares con madres cabezas de hogar. Si el Estado ya tiene la plata, que la familia no tenga que rogarle a dos filas diferentes para obtener lo obvio. En seguridad, creo en metas que se puedan ver y medir. Que cada localidad publique su tablero: cuadras iluminadas, parques recuperados, tiempos de respuesta, casos de violencia intrafamiliar atendidos y hurtos a comercio resueltos, entre otros hechos.

A usted, madre que lee esto entre el desayuno y el transporte, le debo claridad. Sí hay programas hoy para empezar: apoyos de arriendo por meses definidos, rutas para reducir la cuota del crédito en vivienda de interés social, mejoramientos para arreglos esenciales y una puerta donde tocar. Sí hay equipos civiles que ayudan a ordenar la cuadra y que no portan armas. Pero también sé que no alcanza si el camino no termina en la escritura de su casa propia, si el poste sigue apagado o si nadie responde cuando usted llama por ruido y peleas a las dos de la mañana. Por eso mi visión apunta a empujar lo que funciona, cambiar lo que estorba y sumar lo que haga falta para que la tranquilidad deje de ser un lujo.

He repetido que la política se mide en la vida de la gente. En vivienda y seguridad, eso se traduce en cosas muy simples: abrir la puerta sin miedo, volver de noche sin sobresaltos, saber que la cuota no se desborda y que el colegio está a dos rutas (o menos) seguras de distancia. Bogotá ha avanzado, y lo celebro. En ese sendero, nuestra tarea es recortar aún más la distancia entre el programa y el papel.

Este es el sentido de Hechos para Bogotá en este tema: no prometerle el cielo, sino acompañarla hasta en su camino. No recitar planes, sino cuidar su cuadra. No inventar atajos, sino construir ese hogar seguro que no se hereda. Se hace, paso a paso, con reglas claras y presencia que se note. Y para eso, la mirada debe estar puesta en lo esencial, que es su tranquilidad.

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