Es tiempo de nuevos liderazgos que ejerzan una oposición efectiva
Los líderes deben estar firmemente comprometidos o deben dar el paso a nuevos liderazgos.
El maestro Darío Echandía se preguntaba ¿el poder para qué? La respuesta dependerá de lo que pretenda quien lo ejerza, por supuesto. En el caso de Gustavo Petro, la respuesta es muy clara: para cambiar todo e impulsar toda clase de reformas sobre los más variados tópicos: la reforma tributaria, la reforma a la salud, la reforma al sistema electoral, la reforma política, la reforma a las Fuerzas Militares y de Policía, la reforma agraria, la reforma pensional, la reforma educativa, la reforma laboral, la reforma en la política petrolera y gasífera, la reforma a la política criminal y de la lucha contra el terrorismo y la delincuencia, la reforma a la lucha contra las drogas, a la política de defensa de derechos humanos, a la política de seguridad del Estado, a la política de relaciones exteriores y de las alianzas entre Estados, entre otras.
Tal parecería que nada de lo construido hasta ahora sirve, es decir, que no hay que construir sobre lo construido ni hacer cambios que mejoren lo existente, sino que hay casi que empezar de cero, generando crisis por doquier: en el sistema de salud, en las Fuerzas Militares y de Policía, en la tenencia y propiedad de la tierra, en la explotación del gas, en el sistema de tributación, en la autoridad, en el respeto a la ley y a los derechos, entre otras crisis.
No importa que voces tan calificadas como la de Juan Carlos Echeverri digan, por ejemplo, que no se requiere reforma tributaria. Reformar es el nombre del juego. Reformar todo, a la manera de Napoleón, cuyo vasto programa de reformas -algunas de las cuales ciertamente perduraron en el tiempo, como el Código Civil francés-, estuvo precedido de la aprobación de una nueva Constitución cuyo primer artículo proclamaba que el gobierno de la República era confiado a un emperador con el título de Emperador de los franceses, habiéndose Napoleón coronado a sí mismo. Sus ambiciones de poder y su enfrentamiento con varios países condujeron a la caída de su imperio, 11 años después, a manos de las tropas comandadas por el Duque de Wellington.
Los dictadores reemplazaron a los emperadores, pero la idea siguió siendo la misma: imponer al pueblo la voluntad omnímoda del dictador, su verdad revelada y someter a aquel a sus caprichos y veleidades. Los ejemplos abundan. Todos los conocen. No es necesario mencionarlos. Durante el camino hacia el poder y hacia la dictadura pactaron con quien fuera necesario pactar y, poco a poco o de inmediato, doblegaron a sus opositores o los sacaron del camino, apresándolos, eliminándolos o silenciándolos, en tal forma que la democracia dejaba de ser real para tornarse aparente o, simplemente, para desaparecer, así cínicamente se predicara su existencia. El resultado terminó siendo la inexistencia de partidos de oposición, de partidos que disputaran el poder y, en últimas, la ausencia de discusión sobre los temas fundamentales y sobre los requerimientos sociales.
Colombia parece ir transitando ese camino por la vía de lo que Álvaro Gómez llamaba, como lo recuerda William Calderón en reciente columna (2/10/2022), el “régimen de las complicidades”, esto es, “la colusión entre partidos políticos, asociaciones sindicales, gobierno, etc., para beneficio de su agenda propia y no para el bienestar de la mayoría”.
Oponerse a ese régimen y torpedear el camino a la dictadura requiere una firme oposición, articulada, consistente, no solo de un partido político sino de los diversos estamentos sociales y, como anotaba recientemente Eduardo Mackenzie (30/09/22), es indispensable “poner en marcha un sistema de alianzas y de métodos de lucha que puedan entrabar y vencer a tiempo (no dentro de tres años) las medidas destructivas que Petro intenta poner en marcha”.
El ejercicio de la oposición requiere en los actuales momentos un liderazgo colectivo, un obrar mancomunado de un conjunto de personas muy valiosas, de variada procedencia, que han venido presentando sus reparos al proyecto de gobierno de Petro, que deben dejar de lado su accionar individual para actuar en forma colectiva, con visión de país, con distribución de tareas y responsabilidades y que tenga en su mira las próximas elecciones regionales. Líderes políticos, cívicos y empresariales deben trabajar todos a una como en Fuenteovejuna. Marchas pacíficas y democráticas, como la reciente y exitosa liderada por Pierre Onzaga, aunadas a acciones jurídicas, a presiones en redes sociales, a la exigencia de rendición de cuentas a congresistas, a mantener el ojo avizor para que exista crítica sensata y justificada, entre otras acciones, son necesarias si se quiere luchar eficazmente contra el estado actual de cosas y ello incluye la interposición de denuncias contra funcionarios omisos en la defensa de la ley y de la propiedad privada, no sólo en el escenario local sino también el internacional, al igual que en cumbres europeas como las que ya se han realizado bajo el impulso de Vox y de su presidente Santiago Abascal.
Por buenos que sean o hayan sido los liderazgos existentes, es necesario abrirle camino a personas que puedan recoger las banderas respectivas, desde luego sin desconocer aquellos liderazgos y trabajando mancomunadamente. Los vacíos de liderazgo en los diversos campos -político, empresarial y cívico- deben ser llenados en cuanto fuere necesario.
No debe haber espacio para cometer errores ni para mensajes equívocos, que desorienten a la ciudadanía. Constituye un grave error pedir al país que no se estigmatice de “neocomunismo” al gobierno de Petro y que se le califique “como un gobierno de democracia social y no un gobierno que se pudiera catalogar del fracasado socialismo del siglo XXI”. Es evidente que Petro ha predicado las tesis del socialismo de izquierda y comulga con ellas, sea cual fuere el nombre que se le quiera dar para disfrazar su verdadera ideología. Además, Petro no necesita que la oposición lo defienda, cuando tiene alfiles que lo hacen con creces. Esa defensa se presta para diversas interpretaciones pues equivale, ni más ni menos, a allanar un discurso de victoria cuando esta se vislumbra lejana y en entredicho. No hay que adornar bajo un hermoso paraguas, ni legitimar, un proceder que hasta ahora ha merecido toda clase de críticas y tampoco bendecir reformas innecesarias. No se puede hacer tabla rasa de la trayectoria de Petro ni tirar en el olvido la manera como llegó al poder o quiénes son sus aliados.
Por su parte, los empresarios deben ir más allá de formular reparos a un proyecto de reforma tributaria que ha sido seriamente cuestionado, y deben presentar propuestas de generación de empleo y de oportunidades laborales. Su labor, nada fácil, merece generoso reconocimiento, en lugar de endilgárseles injustificadamente culpas que no les son atribuibles. Sin empleo y creación de riqueza no hay desarrollo ni progreso, ni recaudo de impuestos ni cómo educar. La gran prioridad debe ser generar empleo.
Decía cierto famoso comediante que, a los políticos, como a los pañales de los bebés, hay que cambiarlos con frecuencia y por las mismas razones. Es tiempo de que averigüemos si llegó el momento de cambiarlos por otros que real y firmemente se comprometan con sus electores, que no terminen defraudándolos ni, peor aún, traicionando la democracia.
@josetorresf
Abogado