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Entre el computador de Raúl Reyes y el de Calarcá. De Ivan Cepeda a Petro y Francia.

Colombia vuelve a caminar sobre un terreno que ya había recorrido… y que juró no volver a pisar.


Josías Fiesco
nov 25 de 2025 06:42 p. m.
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Antes fue el computador de Raúl Reyes, cuyas menciones generaron escándalos, versiones, dudas y polémicas políticas. Hoy es el computador de alias Calarcá, en el que aparecen los nombres de Petro y Francia Márquez. Evidenciando cada vez que se levanta una piedra en el mundo criminal, aparece la sombra del poder político rondando demasiado cerca.

Lo verdaderamente escandaloso no es que un cabecilla escriba nombres. Escandaloso es que el país esté viendo, casi en cámara lenta, cómo la criminalidad se siente cómoda dentro del Estado. Cómoda. A gusto. En confianza. Porque eso es lo que transmite un gobierno que bloquea extradiciones, que reviste con el título de “gestores de paz” a individuos con un prontuario de pesadilla, que se toma fotos intercambiando sombreros con personajes que jamás deberían acercarse a ningún funcionario público.

Y en medio de esa degradación institucional, la Fiscalía —que debería ser muro de contención— parece haberse convertido en coladero. La fiscal general Luz Adriana Camargo tendrá que explicar, de cara al país, por qué alias Calarcá, capturado por las Fuerzas Militares hace apenas un año, terminó disfrazado de “gestor de paz”.

Fue un acto que no solo vulnera la lógica, sino que avergüenza al Estado. En la memoria nacional queda la impresión de que la justicia no se doblegó: la doblaron.

Los criminales ya no actúan como enemigos del gobierno. Actúan como sus lectores, sus comentaristas, sus simpatizantes. Alias Mordisco y alias Calarcá, convertidos en críticos literarios del petrismo, celebrando cada concesión, cada debilidad, cada acto político que interpreten como una palmadita en la espalda. El supuesto “gobierno de los jóvenes y del pueblo” terminó siendo un gobierno que creó un colchón protector para quienes reclutan, desaparecen y asesinan a esos mismos jóvenes de los pueblos de Colombia.

El país no está gobernado para las víctimas; está gobernado para los victimarios.
Eso es lo que sienten las comunidades. Eso es lo que perciben las regiones. Eso es lo que gritan las cifras, los territorios y la realidad que el centralismo hace esfuerzos desesperados por maquillar.

Pero así como esta degradación ha sido evidente, también lo es la determinación popular. Porque Colombia, aunque cansada, no está derrotada. No lo estuvo cuando la violencia era peor, no lo estuvo cuando el narcotráfico compraba medio Estado, y no lo estará ahora que el poder parece entregado en bandeja.

En 2026, esta complacencia con la criminalidad se va a pagar en las urnas.
Ahí no valen computadores, ni pactos, ni silencios.
Ahí decide el país real, el que no se arrodilla ante ningún cabecilla.

Y ese país los va a derrotar.

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