Generación encapuchada, no educada
Colombia llega a la recta final del gobierno de Gustavo Petro con una realidad dolorosa: una juventud frustrada, desorientada y empujada a grafitis y capuchas.
Lo que pudo ser una era de oportunidades terminó convertido en un campo minado de promesas incumplidas, programas fallidos y políticas que, lejos de abrir puertas, las cerraron de golpe.
La crisis del Icetex es quizás el símbolo más claro de este fracaso: 200 mil jóvenes quedaron sin posibilidad de estudiar, mientras las cuotas de los créditos educativos se dispararon sin explicación.
En pleno siglo XXI, el mérito volvió a ser un privilegio, no un camino.
Mientras el acceso a la educación se hacía más difícil, el gobierno apostaba por proyectos improvisados como Jóvenes en Paz. No solo no redujo la violencia: terminó alimentándola. De allí salió, por ejemplo, el asesino de Miguel Uribe Turbay, una prueba desgarradora de que las políticas mal diseñadas pueden convertirse en armas en manos equivocadas.
En vez de fortalecer la educación, el Ejecutivo prefirió discursos complacientes y una peligrosa narrativa de permisividad, donde incluso organizaciones criminales como el Tren de Aragua “merecían abrazos”, según palabras del propio presidente. El mensaje fue devastador: menos disciplina, menos estudio, menos estructura; más caos.
Hoy el país tiene dos millones de jóvenes “nini”, testigos de una deuda social gigantesca y de un gobierno que prometió ser “el gobierno de los jóvenes”, pero que terminó reduciendo sus oportunidades a grafitis, consignas y frustraciones.
En esta recta final, Colombia debe corregir el rumbo: recuperar el Icetex, fortalecer becas y premiar a quienes, pese a todo, siguen creyendo en el estudio como un camino de dignidad.
La historia de “Coco” resume esta tragedia nacional. En 2022 abrazó las promesas del petrismo, se tomó fotos con sus líderes y creyó en un proyecto que decía estar hecho para él. Hoy está muerto, reclutado por las disidencias de alias “Mordisco”. Su madre insistió en buscar un crédito del Icetex. Tenía la razón. Pero el gobierno que prometió oportunidades se desentendió de la educación de miles de jóvenes como él, y las consecuencias fueron irreversibles.
El mundo avanza hacia la tecnología, la innovación, el deporte, la ciencia. Mientras tanto, en Colombia, esta administración ha premiado más la protesta ruidosa que el esfuerzo silencioso del estudiante. Cada día que un joven pierde pintando grafitis o participando en disturbios es un día que pudo haber significado una beca, un empleo, un sueño.
Peor aún: muchos jóvenes reciben el mensaje equivocado de que un millón de pesos se consigue más rápido en el caos que en un aula de clase. Es el síntoma más claro de un modelo agotado, que en vez de incentivar el mérito, fomenta la anarquía.
Las elecciones de 2026 serán decisivas. Más de 11 millones de jóvenes deberán preguntarse qué futuro quieren: ¿uno construido desde el estudio o desde la capucha? Mientras los hijos de los “revolucionarios” estudian en Europa, los hijos de Colombia quedan sin créditos, sin oportunidades y con grafitis como legado.
Es hora de decir basta. La juventud merece becas, créditos, oportunidades reales. Merece ser una generación educada, no encapuchada. Solo así Colombia volverá a tomarse en serio.