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Una paz mal hecha es peor que una guerra

La reciente sentencia de la (JEP) contra los antiguos cabecillas de las FARC, es sin duda una bofetada al sentido común, a la justicia y a las víctimas.


Josías Fiesco
sept 25 de 2025 08:45 a. m.
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No hubo cárcel, no hubo justicia tradicional, no hubo ni siquiera un atisbo de verdadero arrepentimiento, de los reclutadores de ayer, ni sus niños reclutados que hoy son los capos del reclutamientos de otros. Lo que hubo fue simbología vacía: sembrar árboles, actos conmemorativos, rituales de reconciliación que parecen más una obra de teatro mal escrita que un proceso judicial serio.

El espectáculo ha sido grotesco. Como cuando Rodrigo Londoño, alias Timochenko, levantó la mano en señal de victoria en 2017, con una sonrisa más parecida a la de quien se sale con la suya que a la de un hombre arrepentido. O el infame “quizás, quizás, quizás” de alias Santrich, burlándose frente a las cámaras, sabiendo que el aparato estatal no tenía ni la fuerza ni la voluntad de imponer consecuencias reales.

En Colombia, ese “quizás” sigue retumbando como una burla a quienes perdieron a sus hijos, padres y hermanos en medio de un conflicto que dejó cicatrices abiertas por generaciones. El mensaje de esta paz mal hecha es claro: delinquir paga, y si es en grande, mejor. ¿Sembrar árboles como castigo? ¿Ese es el precio por secuestros, masacres, reclutamiento de menores y narcotráfico? ¿Ese es el cierre de ciclo que nos prometieron?

Una paz sin justicia, sin verdad completa, sin sanciones proporcionales, no es paz. Es una tregua mal negociada. Una claudicación de la institucionalidad frente al chantaje de las armas. Y cuando el Estado se arrodilla, manda un mensaje peligrosísimo: que el crimen es rentable, que con fusiles y extorsión se puede llegar a la mesa de negociación, y que allí, con la retórica de la reconciliación, se pueden limpiar los pecados sin pagar realmente por ellos.

El daño no es solo político o judicial, sino también cultural. Las nuevas generaciones están observando. Jóvenes en regiones marginadas, donde la ley es letra muerta y el Estado apenas un rumor, están viendo que estar por fuera de la ley puede ser una vía legítima para alcanzar poder, respeto e impunidad. El interés en las economías ilegales, en las disidencias, en los grupos armados, no va a disminuir con este tipo de sentencias; va a aumentar.

La paz, bien hecha, es siempre preferible a la guerra. Pero una paz mal hecha, sin justicia ni reparación, es peor que seguir luchando. Porque perpetúa la violencia en nuevas formas, y porque no construye un futuro distinto, solo maquilla el pasado.

En nombre de una paz parcial y apurada por la foto o un Nobel, se sacrificó la dignidad de las víctimas y la credibilidad de las instituciones. Y lo peor: sembraron una semilla de cinismo que podría florecer en la próxima generación de ilegales.

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