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Colombia y Estados Unidos: una relación que trasciende a los presidentes

Es una construcción que trasciende afinidades entre presidentes o tensiones diplomáticas momentáneas, porque se soporta en intereses estatales, no meramente gubernamentales


Juan Carlos Bolívar
oct 01 de 2025 03:07 p. m.
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La historia demuestra que la relación entre Colombia y Estados Unidos ha dejado de ser un vínculo coyuntural para convertirse en una alianza estratégica integral. Es una construcción que trasciende afinidades entre presidentes o tensiones diplomáticas momentáneas, porque se soporta en intereses estatales, no meramente gubernamentales. Además, se encuentra respaldada por una arquitectura institucional difícil de replicar en la región.

Hasta el 16 de julio de 2025, Colombia era el único país latinoamericano que combinaba el estatus de Major Non-NATO Ally (MNNA) con la condición de socio global de la OTAN, un doble rol que reforzaba su credibilidad como aliado de Occidente. Ese día, sin embargo, el presidente Gustavo Petro anunció la salida de Colombia del esquema de socio global de la OTAN, en medio de sus críticas a la guerra en Gaza y a la provisión de armas de Europa a Israel. La decisión cerró un capítulo inédito en la política exterior colombiana.

Pese a ello, el vínculo con Estados Unidos sigue siendo singular. El Tratado de Libre Comercio vigente desde 2012, junto con más de veinte años de cooperación en seguridad a través del Plan Colombia y sus programas sucesores, constituyen una doble llave —defensa y economía— que sigue diferenciando a la relación colombo-estadounidense en América Latina.

Mientras Brasil y Argentina también cuentan con la designación de MNNA, ninguno logró la formalidad del vínculo con la OTAN que tuvo Colombia. México, por su parte, se beneficia de la integración económica vía el USMCA, pero carece de la profundidad en materia de defensa y seguridad que distingue a la alianza entre Bogotá y Washington.

La singularidad de Colombia radica en esa combinación de respaldo militar y acceso preferencial a mercados, sumada a reglas claras de inversión como miembro de la OCDE y a una cooperación judicial que se expresa en cientos de extradiciones y operaciones conjuntas contra el crimen transnacional.

Los resultados son tangibles. Desde el año 2000, la ayuda estadounidense ha superado los diez mil millones de dólares, fortaleciendo la capacidad de interdicción, reduciendo homicidios y permitiendo que la Fuerza Pública colombiana entrene hoy a cuerpos de seguridad de terceros países. Un legado institucional que ningún otro socio de Washington en la región puede mostrar.

En lo económico, el comercio bilateral alcanzó en 2024 los 53.000 millones de dólares, consolidando a Estados Unidos como el principal destino de nuestras exportaciones. Café, flores y energía anclan su estabilidad en ese mercado, mientras que Colombia importa bienes de capital y servicios de alto valor agregado.

En paralelo, Colombia se ha convertido en socio operativo en temas hemisféricos estratégicos para Washington: la gestión migratoria en el Tapón del Darién, la lucha contra redes criminales y la preservación de la Amazonía. En todos ellos, Estados Unidos considera a Colombia un actor clave para su seguridad nacional.

La fortaleza de esta relación radica en su resiliencia. Ni las posturas de Trump ni la retórica de Petro la han quebrado. Incluso con la salida de la OTAN, la cooperación bilateral se mantiene. ¿La razón? No depende de los liderazgos de turno. Lo que existe es un vínculo de Estado a Estado que ha demostrado sobrevivir a las crisis. El episodio de la “Descertificación” lo probó: un castigo político que, con los waivers necesarios, no interrumpió la cooperación estratégica.

Un ejemplo reciente lo confirma: mientras a Brasil se le impuso un arancel del 50% y México tuvo que hacer grandes esfuerzos de negociación para que sus gravámenes se ubicaran entre el 25% y el 30%, a Colombia, en medio de todas las tensiones, apenas se le aplicó un 10%. Esa diferencia refleja que, más allá de los discursos y de los roces diplomáticos, Estados Unidos sigue considerando a nuestro país como un socio estratégico al que no conviene golpear con dureza.

Algunos sugieren que Colombia debería volcarse hacia China como contrapeso. Pero creer que el Gigante Asiático puede reemplazar a Washington es un error de cálculo. China busca contratos de infraestructura o energía, pero no pretende —ni necesita— convertirse en socio estratégico de Colombia. Sus prioridades están en Asia y sus propios desafíos internos. Con los “chinos” se negocia un metro o una represa; con los “gringos” se asegura soberanía territorial, cooperación militar y acceso a mercados. No son relaciones excluyentes, pero sí tienen jerarquías.

Es cierto que los más paranoicos cuestionarán esta visión argumentando que supone una subordinación a Estados Unidos, mientras que los más fantasiosos hablarán de un sometimiento al “imperialismo” como si Colombia estuviera atrapada en un guión de Guerra Fría en pleno 2025. Ambos enfoques son errados y anacrónicos. Por ejemplo, hablar de “imperialismo” como categoría totalizante resulta superficial y simplista: un recurso más cercano al panfleto ideológico que al análisis geopolítico serio.

La relación no puede plantearse como una contienda entre iguales, porque Colombia y Estados Unidos no lo son —en ningún sentido—, pero tampoco debe entenderse como una confrontación. Se trata de reconocer las asimetrías y aprovecharlas estratégicamente para convertirlas en una ventaja comparativa frente al resto de la región.

La crisis diplomática actual demuestra, paradójicamente, la solidez del vínculo colombo-estadounidense. Las visas del Gobierno Petro son absolutamente irrelevantes. Esta es una relación que no se derrumba ante discursos incendiarios ni choques coyunturales. Se sustenta en décadas de cooperación mutua. Sin embargo, debemos estar atentos a la forma en que Colombia gestiona esta alianza: no verla como una carga condicionada por roces presidenciales, sino como un activo estratégico que puede potenciar inversión, nearshoring, liderazgo regional y confianza internacional. En un mundo multipolar, las alianzas no son excluyentes, pero no todas pesan lo mismo. Y en el caso colombiano, la más importante —sin discusión— sigue siendo la de Estados Unidos.

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