296 congresistas y no conocemos ni la mitad
“En un país donde la desconfianza hacia las instituciones es tan alta, los congresistas no pueden darse el lujo de permanecer en la sombra”.
En Colombia, el Congreso es la institución encargada de representar las voces de 50 millones de ciudadanos. Con 108 senadores y 188 representantes a la Cámara, cada rincón del país, desde las ciudades más grandes hasta las regiones más alejadas, debería estar representado. Sin embargo, hay una desconexión evidente entre estos legisladores y la ciudadanía. Al preguntar a un ciudadano promedio por congresistas, es raro que mencione más de diez nombres, lo que pone en entredicho el impacto real que estos tienen en la vida pública.
Uno podría preguntarse cómo es posible que con un congreso tan numeroso, la representación se sienta tan limitada. Cada cuatro años, 296 personas son elegidas para legislar, controlar al Ejecutivo y representar a sus electores. Pero, ¿quién se acuerda de todos ellos al final del cuatrienio? Lo que parece un problema de identidad o visibilidad es, en realidad, el síntoma de algo más profundo: una falta de gestión visible y de comunicación efectiva.
Es cierto que en este panorama hay congresistas que cumplen con su deber. Existen quienes, con discreción y seriedad, visitan sus regiones, escuchan a sus comunidades y legislan con compromiso. Pero estos esfuerzos, si bien dignos, rara vez llegan al conocimiento del gran público. Aquí es donde emerge un problema crítico: la comunicación política, o mejor dicho, la falta de ella.
La mala comunicación del trabajo legislativo genera vacíos informativos que son rápidamente llenados por especulaciones y suspicacias. En un país donde la desconfianza hacia las instituciones es tan alta, los congresistas no pueden darse el lujo de permanecer en la sombra. La percepción negativa hacia ellos no solo se debe a su rendimiento, sino también a la ausencia de una comunicación clara y transparente que respete y se acerque a la ciudadanía. Al no mostrar de manera efectiva qué hacen y cómo lo hacen, los congresistas permiten que el imaginario colectivo se nutra de estigmas y prejuicios.
En un mundo donde la comunicación es masiva y el acceso a la información está a un clic de distancia, resulta incomprensible que gran parte de los actores políticos, incluido el Congreso, sigan subestimando el valor de comunicar. Y no hablo de propaganda o de apariciones esporádicas en medios, sino de una comunicación sobre tu labor que realmente conecte con las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos, que sea constante, cercana y, sobre todo, honesta.
En Colombia, la comunicación política aún se percibe como algo secundario o prescindible. Sin embargo, es una herramienta crucial para lograr una gobernabilidad más efectiva. Una buena comunicación es esencial para acercar la política a los ciudadanos, fortalecer la confianza en las instituciones y, en última instancia, robustecer la democracia.
La pregunta que debemos hacernos, entonces, es: ¿qué se está haciendo mal? ¿Por qué es tan difícil para el Congreso visibilizar su trabajo? ¿Y por qué seguir eligiendo a 296 congresistas si a duras penas conocemos a una decena de ellos?
Si el Congreso quiere reconquistar la confianza de la gente, debe empezar por ser visible. Pero ser visible no significa únicamente aparecer en los medios; significa comunicar con eficacia, dar cuenta de los logros y, sobre todo, responder a la gente. De lo contrario, seguiremos viviendo en un país donde 296 congresistas pasan por el Congreso cada cuatro años, pero no conocemos ni la mitad.