Colombia en “Modo Autodestrucción”
Seguimos girando en un círculo vicioso donde los errores del pasado alimentan los populismos del presente
Colombia transita entre el desgobierno y la improvisación política: desfinanciada, sin seguridad, en crisis de salud, desacreditada en la lucha antidrogas y con más discurso “radical” que progreso. Los gremios juegan a la política más de lo que deberían, mientras se proliferan candidaturas sin norte, los llamados a la unidad se diluyen en discursos vacíos y los irresponsables hablan de constituyentes. Con este panorama, no sería extraño que en 2026 cambiemos a un payaso populista de izquierda por un payaso populista de derecha. Todo indica que el país decidió instalarse en modo autodestrucción.
¿Qué hacer en este contexto? ¿Resignarnos a la tragedia y caer en el cinismo de la indiferencia? Mantener la fe en el futuro de este país parece un ejercicio de resistencia emocional. Pero rendirse sería el peor de los caminos, porque la indiferencia no es neutral: le entrega aún más espacio a quienes están desmantelando la democracia y bloqueando cualquier posibilidad de desarrollar un sentido de nación.
Estamos en autodestrucción porque falta lo más elemental: sensatez para construir liderazgos capaces de evitar la dispersión electoral. Porque ahora la salida mágica a todos los males resulta ser una constituyente improvisada, sin pies ni cabeza, que amenaza con convertirse en la caja de Pandora de la política nacional. Porque las mentiras repetidas mil veces se han convertido en estrategia de campaña, atrapando incautos en redes sociales, mientras los medios institucionales ceden y terminan funcionando como bodegas de propaganda radical.
Cada sector busca imponer su narrativa a cualquier precio, incluso si eso implica dinamitar las instituciones o degradar el debate público. La obsesión por derrotar al adversario ha reemplazado la necesidad de gobernar con visión de país. Y así, atrapados en esa lógica, seguimos girando en un círculo vicioso donde los errores del pasado alimentan los populismos del presente y, con ello, consolidamos la peligrosa normalidad del “modo autodestrucción”.
No se trata de culpar solo al presente. Si bien Petro aceleró la autodestrucción, esta no comenzó con él. Iván Duque, aunque algunos quieran “lavarle la cara”, fue corresponsable de esta debacle democrática. Un presidente incapaz de gobernar que, con su mediocridad, instaló la peligrosa idea de que cualquiera puede ser presidente. La autodestrucción también está ahí: en la pérdida del honor y del peso que debería tener el cargo más alto del país.
Colombia necesita romper este ciclo suicida. No podemos seguir eligiendo entre populismos de feria, ni aferrarnos a salidas ilusorias. Lo que urge es reconstruir el sentido de lo público, recuperar el valor de la política como proyecto colectivo y no como espectáculo de egos y promesas vacías. De lo contrario, 2026 no será un punto de inflexión, sino la confirmación de que el país decidió persistir en su propia ruina.