Desinformación en política

Enfrentar la desinformación depende de nosotros, como ciudadanos. La responsabilidad no se delega a los medios, al gobierno o a las redes sociales.


Juan Carlos Bolívar
sept 24 de 2024 10:10 a. m.
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Nunca habíamos tenido tanto acceso a la información, ni tantas plataformas para buscarla. Sin embargo, jamás habíamos estado tan desorientados, confundidos y vulnerables ante el bombardeo constante de datos. Hoy, la desinformación no proviene únicamente de las "bodegas digitales" o cuentas falsas. Cada vez más, los gobiernos se están convirtiendo en fuentes institucionales de desinformación, cumpliendo el papel de arquitectos de la confusión.

Como dijo Joseph Göbbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, y parece que algunos líderes contemporáneos han tomado esta lección al pie de la letra. En lugar de gobernar con hechos y transparencia, optan por utilizar los medios, incluso los públicos, como plataformas para difundir falsedades que, repetidas insistentemente, acaban moldeando la percepción de la ciudadanía. La distorsión no solo ocurre en los discursos de campaña o en los debates públicos, sino que se filtra en nuestra vida diaria a través de las notificaciones en el celular, los titulares manipulados y las redes sociales infestadas de información sesgada.

¿La solución? Algunos sugieren que solo deberíamos confiar en medios “neutrales”. Pero la neutralidad pura es un mito. No existe un medio infalible e imparcial. Hasta los medios “alternativos”, que surgieron como los “dueños de la verdad” durante los estallidos sociales, hoy se encuentran alineados con agendas políticas que, antes, hubieran criticado ferozmente. Todos tenemos un sesgo, queramos o no. Y aunque nos duela, hasta el periodismo más independiente puede verse cegado por los intereses del momento.

Muchos abogan por la alfabetización mediática como antídoto ante la desinformación. Claro, es una buena idea, y su implementación debe fortalecerse. Pero su alcance siempre será limitado. Lo dije antes y lo repito: lo último que la mayoría de las personas quiere aprender es sobre política. Es un tema que repele, que aburre y que para muchos, simplemente no tiene importancia en su vida cotidiana (aunque debería tenerla). Pero esa indiferencia es el caldo de cultivo perfecto para la manipulación. La desinformación se alimenta del desinterés, de la falta de criterio, de esa tendencia humana a aceptar lo que más fácil parece, sin cuestionarlo.

¿Y entonces? ¿Qué nos queda? Enfrentar la desinformación depende de nosotros, como ciudadanos. La responsabilidad no se delega a los medios, al gobierno o a las redes sociales. Nosotros somos los que debemos desarrollar un criterio propio. No podemos permitirnos ser sujetos moldeables al vaivén de la opinión pública o los intereses de un político populista. Hay que superar la tentación de "tragar entero", de repetir lo que leemos en redes sociales como si fuera palabra divina. Hoy, más que nunca, debemos ser ciudadanos críticos, que no se dejan llevar por titulares amarillistas y que no actúan como loros que repiten sin pensar.

Estamos en una era de (des)información. Cada vez que deslizamos nuestro dedo por la pantalla del celular, estamos expuestos a un mar de datos, muchos de ellos manipulados, tergiversados o directamente falsos. Esto impone una responsabilidad inédita: debemos desarrollar una especie de “protocolo” para lidiar con cada notificación, con cada noticia que leemos. Porque si no lo hacemos, quedamos a merced de una marea de falsedades que no solo nos desinforma, sino que debilita nuestras instituciones, fractura nuestra cohesión social y abre la puerta a quienes desean consolidar el poder a través de la manipulación.

¿No es vergonzoso ser sujetos sin criterio, manipulables por cualquier información que vemos en redes? Nos debería dar pena. Todos los días, sin darnos cuenta, permitimos que el mar de desinformación nos moldee. Y no es solo la distorsión de la verdad lo que está en juego. La desinformación tiene consecuencias reales: debilita las instituciones democráticas, fragmenta la sociedad, instrumentaliza a las minorías y, lo más peligroso de todo, moldea el camino para dictaduras disfrazadas de democracia.

Combatir la desinformación no es una batalla que se libra una sola vez. Es una lucha constante. Y sí, me alegra saber que este tema genera interés entre mis lectores. Pero no basta con estar informados, necesitamos generar criterio, desmenuzar cada titular, ir más allá de lo superficial. Si no lo hacemos, el sistema terminará por arrastrarnos. Y entonces, cuando miremos atrás, quizás nos preguntemos: ¿cuándo fue que dejamos de pensar por nosotros mismos?

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