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El ring de los extremos: Uribismo vs Petrismo

En ambos casos, los extremos no toleran que el Estado funcione con independencia


Juan Carlos Bolívar
jul 29 de 2025 10:35 a. m.
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La condena judicial contra el expresidente Álvaro Uribe por fraude procesal y soborno a testigos no solo marca un hito jurídico. También ha desatado una reacción política que ya hemos visto antes: deslegitimación de la justicia, ataques personales contra jueces, gritos de persecución, conspiración, y un intento de blindar moralmente al líder, sin importar las pruebas.

El libreto no es nuevo. Lo ensayó la izquierda radical cuando las decisiones judiciales incomodaron al presidente Gustavo Petro. Lo aplica hoy el uribismo más fervoroso. En ambos casos, los extremos no toleran que el Estado funcione con independencia. Si el poder judicial no actúa como aliado, entonces es corrupto, manipulado o parte de una “dictadura togada”. Ese es su modus operandi, por ejemplo, si la prensa no aplaude, entonces hay que legislar “para cuidar al Estado de la prensa”, como sugirió sin pudor el cuestionado ministro Armando Benedetti.

La racionalidad desaparece cuando el líder se vuelve intocable. Los caudillos —de izquierda o de derecha— necesitan que su palabra sea ley y que todo el sistema orbite a su favor. Por eso, cuando una institución como la justicia se atreve a contrariarlos, activan la maquinaria de descrédito. Lo hacen Petro y sus defensores. Lo hace Uribe y su ejército de fieles. Ya lo dijo el representante Daniel Carvalho, parecen una “secta”.

Colombia está atrapada entre dos extremos que se acusan de autoritarios mientras se comportan igual: atacan a las cortes cuando no los favorecen, deslegitiman al periodismo crítico, y exigen lealtad ciega. No hay espacio para el equilibrio, solo trincheras.

El respeto por la democracia, la separación de poderes y las instituciones políticas está en su momento más crítico de los últimos años. Ahora es el momento de blindar el Estado para proteger su autonomía, sus capacidades y su legitimidad. Estas cualidades no pueden depender del estado anímico de sectores radicales que aplauden a sus caudillos sin pensar.

La condena a Uribe no debería celebrarse como un trofeo político, ni negarse como una herejía. Debería ser una demostración de que el Estado de derecho funciona, incluso frente al poder. Pero esa idea, en tiempos de polarización y populismo, no es muy correspondida.

La democracia resiste mientras las instituciones sean más fuertes que los líderes. Si no lo entendemos, los extremos —que tanto se odian— terminarán promoviendo juntos el mismo desastre. Al final, en el ring de los extremos, ambos usan los mismos guantes para socavar la democracia.

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