El show electoral de Trump y Harris

El respaldo de figuras como Taylor Swift y Nicky Jam en estas elecciones no es más que la última manifestación de esta política espectacularizada


Juan Carlos Bolívar
sept 17 de 2024 10:28 a. m.
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Las elecciones presidenciales en Estados Unidos hace tiempo dejaron de ser una cuestión de propuestas, políticas públicas o planes de gobierno. En este 2024, el espectáculo ha eclipsado cualquier atisbo de contenido real. El enfrentamiento entre el republicano, Donald Trump, y la vicepresidente demócrata, Kamala Harris, parece más una serie de Netflix que un debate serio sobre el futuro de una nación. Entre “convenciones” que parecen conciertos, tuits incendiarios y la alineación de celebridades al estilo Hollywood, el fondo ha quedado aplastado por la forma. Y esto no es casualidad: estamos ante la “Politainment” o "Espectacularización de la política" en su máxima expresión.

Salomé Berrocal Gonzalo, periodista y asesora política española, lo explicó mejor que nadie. La espectacularización de la política transforma la arena pública en un show, donde lo importante es la imagen, la emoción y la narrativa simplificada, no la política en sí. Es la política como entretenimiento, como si fuera un capítulo de "Keeping Up with the Kardashians", pero con consecuencias mundiales. El caso estadounidense es el ejemplo perfecto de cómo esta fórmula ha sido perfeccionada hasta el punto de que ya no se trata de un caso aislado, sino de la costumbre.

En esta contienda, las campañas de Trump y Harris no se escapan del espectáculo. Trump ha continuado su romance con el escándalo mediático, con Nicky Jam, el reggaetonero, apareciendo como su figura estelar para atraer a un público latino, joven y diverso, un movimiento que parece dirigido a suavizar la imagen de un candidato que polariza como nadie. El rapero ha dejado claro que su apoyo es más sobre la defensa de valores como el orden y el progreso económico que sobre una adhesión ideológica. Pero lo que resalta aquí no es la política, sino la estrategia de marketing. Trump sigue siendo el mismo showman que aprendió en "The Apprentice" cómo vender su marca personal antes que sus ideas.

Por otro lado, Kamala Harris, intentando navegar el doble filo de su identidad como mujer, afro y candidata demócrata, ha desplegado su propia artillería de celebridades. Taylor Swift, la reina del pop contemporáneo, se ha convertido en un baluarte de su campaña, usando su gran plataforma de fanáticos para movilizar a las generaciones más jóvenes y progresistas. Al igual que Beyoncé con Obama en su día, Swift es más que un apoyo simbólico; es una estrategia de campaña, un catalizador de votos.

Este es el punto donde la política y el entretenimiento convergen, y es aquí donde el análisis de Berrocal Gonzalo toma todo su sentido. En lugar de profundizar en debates sobre salud, economía o geopolítica, las campañas se centran en simplificar todo a emociones fáciles de digerir. Trump y Harris no se enfrentan con ideas complejas, sino con golpes mediáticos diseñados para apelar al temor, la simpatía o la indignación. El mensaje se reduce, como diría Berrocal, a “frases o imágenes fáciles de consumir”. La política ha sido banalizada y transformada en una competencia por el "like".

Lo que estamos viendo no es nuevo. El apoyo masivo de celebridades a Barack Obama en 2008 sentó un precedente. Will.i.am cantando "Yes We Can", Beyoncé en la toma de posesión, y Oprah Winfrey impulsando su candidatura son ejemplos claros de cómo el show y la política pueden mezclarse. Pero en el caso de Obama, al menos, había una sensación de frescura y un trasfondo político significativo. Hoy, el espectáculo parece ser el único objetivo.

El respaldo de figuras como Taylor Swift y Nicky Jam en estas elecciones no es más que la última manifestación de esta política espectacularizada. En lugar de debates sustanciales, tenemos giras de conciertos. En lugar de discusiones profundas, se nos ofrecen memes y slogans vacíos. La simplificación se ha apoderado de la campaña electoral, pero la verdadera tragedia es cómo la emocionalización de la política ha degradado el debate público.

La pregunta es: ¿hasta dónde puede llevarnos este circo mediático? Porque mientras el show continúa, los problemas de fondo (crisis climática, tensiones internacionales, desigualdad) no se resuelven con discursos vacíos o imágenes emotivas. Como bien dice Berrocal, la política se ha convertido en un producto mediático, y nosotros, los votantes, somos los consumidores atrapados en esta dinámica de espectáculo sin fin.

Quizás sea hora de apagar la televisión y recordar que, detrás de las luces y los aplausos, el destino de una nación está en juego. Pero hasta que eso ocurra, seguiremos asistiendo al show. Y como todo buen espectáculo, mientras más grande el escándalo, más votos garantiza. Bienvenidos a la política gringa.

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