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La tragedia del centrismo

En ese terreno marcado por el todo o nada, el centro aparece como un actor incómodo, casi invisible.


Juan Carlos Bolívar
jul 15 de 2025 04:14 p. m.
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El centro político en Colombia lleva años acumulando fracasos. Aunque se presenta como la opción racional en medio de tanto grito y pelea, lo cierto es que ha terminado más veces en el pabellón de los quemados que cualquier otro sector. Ser de centro en este país no es fácil. Es, francamente, muy retador.

¿Por qué será tan difícil ver al centro como una alternativa real? Colombia ha comprado una de esas mentiras cómodas que frenan su desarrollo: que aquí es imposible ponerse de acuerdo. Esa narrativa, repetida una y otra vez desde los extremos, ha servido como excusa para mantener viva la polarización. La derecha y la izquierda la usan como gasolina para sus proyectos de poder. En ese terreno marcado por el todo o nada, el centro aparece como un actor incómodo, casi invisible.

Además, el “procentrismo” no resulta naturalmente atractivo. Se le percibe abstracto, tecnocrático, a veces elitista, de escritorio y ajeno a la cotidianidad del ciudadano común. Y para completar, no hay un solo centro: hay muchos. Está el centro que sí cree en los acuerdos, el que gira alrededor de un caudillo obsesionado con ser candidato, y también ese centro oportunista que se traviste para luego venderse al mejor postor.

La verdad es que nadie tiene más responsabilidad en el desastre del centro político que el mismo centro político. Por ejemplo, Sergio Fajardo, que insiste en lanzarse una y otra vez como si el país le debiera la presidencia. Su incapacidad para ceder el protagonismo y abrirle paso a nuevos liderazgos ha sido una constante. Va por su cuarta derrota consecutiva, atrapado en su propio ego, sin entender que ya no suma, sino que resta.

Mientras tanto, los autodenominados "centristas" se refugian en conferencias y conversatorios sobre “procentrismo”, donde se hablan entre ellos, se citan entre ellos, y se convencen entre ellos de que van por buen camino. Todo esto, mientras el país sigue esperando que el centro salga de su burbuja y pise tierra.

Porque sí, el centro tiene buenas ideas. Hay liderazgos preparados, sensatos, con visión. Pero todo eso se queda corto si no entienden cómo funciona la política real: con emoción, con narrativa, con estrategia. No basta con tener razón; también hay que saber defenderla, comunicarla y conectar con la gente.

Apostarle al centro, en teoría, sigue siendo una apuesta por lo distinto. En medio de extremos que ya demostraron su desprecio por la democracia, su amor por el conflicto y su incapacidad para unir al país, una opción de centro bien pensada podría ser refrescante.

Pero para que eso ocurra, el centro tiene que dejar de mirarse el ombligo. Necesita dejar la arrogancia, el desorden y el ego. Y, sobre todo, entender que en política no gana el que más sabe, sino el que mejor lucha por sus ideas para conectar con la gente.

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