Navidad y el orgullo de ser colombianos
“La Navidad que hicimos nuestra”.
En tiempos en que el orgullo nacional parece diluirse entre problemas y divisiones, es crucial recordar que nuestra identidad se fortalece en las cosas que compartimos. La Navidad colombiana es un símbolo de nuestra capacidad para unirnos, para convertir tradiciones globales en una expresión propia y para reconocer que nuestras diferencias enriquecen lo que somos.
Expropiamos costumbres ajenas, las adaptamos a nuestra forma de ser y las llenamos de un calor tan propio que las hicimos brillar de otra manera. Por supuesto, adoptamos una cultura muy eurocéntrica con el árbol, las luces y hasta las canciones en idiomas que muchos no entendemos. Pero si hay algo que no se puede negar es que la Navidad colombiana tiene un sabor, un ritmo y una energía que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.
Aquí, la Navidad no comienza con Black Friday ni con una avalancha de descuentos, sino con las velitas del 7 de diciembre. Es una noche que transforma nuestras calles en ríos de luz, donde la familia y los amigos se reúnen a encender no solo velas, sino también deseos de esperanza y alegría. Ese es el inicio de una temporada que huele a natilla y buñuelos, que suena a villancicos desafinados cantados con el corazón, y que se siente como un abrazo colectivo que, por unas semanas, nos recuerda la importancia de compartir.
Y no podemos olvidar que nuestras mesas navideñas son una oda al mestizaje. Mientras en otras partes del mundo se repiten las mismas recetas de pavo y sidra, aquí tenemos la lechona, el tamal, el ajiaco y hasta platos que varían de región en región. La gastronomía navideña colombiana no solo alimenta el cuerpo, sino que cuenta historias de nuestra diversidad cultural y de cómo hemos aprendido a convivir entre influencias europeas, africanas e indígenas.
Convertimos nueve días de novena las mejores excusas para reunirnos con los nuestros. En nuestras manos, la Navidad dejó de ser un ritual estético y se convirtió en un sinfín de momentos que, aunque algunos sean caóticos, están cargados de autenticidad pura. Aquí, el espíritu navideño no se compra, se crea, se improvisa y se comparte.
Ser colombiano en Navidad es motivo de orgullo porque, aunque nuestra historia nos ha dejado marcas de desigualdad y dificultades, también nos ha dado una fuerza colectiva para transformar lo que nos llega en algo único. No importa si las tradiciones vinieron de fuera; las moldeamos y las vivimos a nuestra manera. La Navidad en Colombia no es perfecta, pero es nuestra, y eso es lo que la hace irrepetible.
Así que, esta Navidad, mientras encendemos una vela, comemos un buñuelo o cantamos un villancico con una guitarra desafinada, celebremos el hecho de que somos un pueblo que sabe convertir cualquier excusa en una fiesta de vida. Reconozcamos también que, unidos como país, somos capaces de lograr mejores cosas. Que esta época sea un recordatorio de que la solidaridad, el trabajo en equipo y el orgullo de nuestras tradiciones pueden ser el motor para construir un futuro donde todos tengamos un lugar. Porque, al final, la Navidad es mucho más que luces y regalos; es la oportunidad de encender en cada uno de nosotros la esperanza y el compromiso con nuestra Colombia.