Tres de cada diez se negaban, pero ninguno denunció

Las historias de Giséle Pelicot y Rebecca Cheptegei me hicieron preguntarme, una vez más, si algún día habrá un lugar seguro para ser mujer.


Laura Daniela Alturo
sept 11 de 2024 09:00 a. m.
Unirse al canal de Whatsapp de Noticias RCN

Llevo varios días pensando en cómo escribir sobre los casos de Giséle Pelicot y Rebecca Cheptegei, dos historias de abuso, crueldad y odio que me hicieron preguntarme, una vez más, si algún día habrá un lugar seguro para ser mujer.

Giséle fue drogada y abusada durante años por su esposo, el hombre al que eligió para construir un hogar y criar a sus hijos. Hoy, después de 13 años de abusos sistemáticos, ella se convirtió en la cara de una lucha por la justicia.

Cincuenta hombres, entre los 26 y 40 años, fueron identificados por las autoridades como responsables de violarla mientras su esposo observaba y grababa lo que ocurría. Entre julio de 2011 y octubre de 2020, por lo menos 72 hombres la agredieron sexualmente mientras ella permanecía dormida por las drogas que le suministraba su pareja.

Dominique Pelicot es el nombre del agresor; su cara ya está en internet, en periódicos y en televisión, pues ella decidió un juicio público para que todo el mundo conociera los rostros de quienes la abusaron.

El caso ha sido tan mediático, que incluso se ha llegado a conocer que Dominique contactaba a hombres para ofrecerles violar a Giséle, “gratis”, sin consecuencias, solo a cambio de que le permitieran grabar.

Apenas tres de cada diez hombres se negaban. Sin embargo, ninguno denunció nunca lo ocurrido.

Del otro lado, está la historia de Rebecca Cheptegei, la atleta ugandesa de 33 años que debutó en los Juegos Olímpicos de París. Tras finalizar las competencias, ella fue quemada viva por su pareja, Dickson Ndiema Marangach, quien la buscó para rociarle gasolina y prenderle fuego frente a sus hijas de 9 y 11 años.

Rebecca falleció cuatro días después en un hospital. Hoy su agresor también está muerto a causa de las quemaduras que se ocasionó tras lo ocurrido. Es decir, no hubo ni justicia ni reparación para ella y su familia.

El nombre de la atleta ahora estará plasmado, a modo de homenaje, en un escenario deportivo de París y no puedo evitar pensar en lo triste que es que nuestros rostros pasen a la historia como símbolos de una violencia que parece no tener final.

Sin embargo, el debate siempre es el mismo, gira y gira sobre el mismo eje de preguntas: que si todos los hombres son potenciales agresores, que si las mujeres nos buscamos nuestros males, que de quién es la culpa, que si deberíamos ser más cuidadosas al elegir con quien salimos, en fin.

Pero es que no es tan fácil crecer y vivir pensando que quizá un día, en un arranque, nuestro padre, hermano, novio, tío, primo o amigo podría hacernos daño. ¿Cómo imaginar siquiera que alguno de esos hombres a los que queremos y que muestran querernos podrían violarnos, tocarnos sin nuestro permiso o incluso matarnos?

Ante los medios del mundo, Giséle Pelicot se mostró con la frente en alto y decidió que el juicio por su violación fuera público para que todas las posibles víctimas de estos depredadores pudieran verlos, identificarlos y denunciarlos.

La enseñanza que le deja ella hoy al mundo es que “la vergüenza debe cambiar de bando”, esa frase que se volvió tendencia en los últimos días y que define perfectamente lo primero que se siente al ser víctima de un agresor: vergüenza, miedo, frustración y rabia.

Ojalá el mundo cambie y la violencia se desarraigue antes de que queden menos mujeres para contar la historia. Ojalá que un día le pongan nuestros nombres a grandes plazas y escenarios en reconocimiento a nuestro talento, y no porque nos mataron. Ojalá que no tengamos que sentir más vergüenza. Ojalá que las niñas que vienen detrás de nosotras puedan crecer libres, sin miedo, crecer.

@humoazul_

Unirse al canal de Whatsapp de Noticias RCN

Otras noticias