Los dolores antes de llegar a los 40

La quinta película de Toy Story le da sentido a cada cana, arruga y dolor de rodilla, elementos que veíamos lejanos en 1995 cuando salió la primera.


Luis Beltrán Rueda
ago 20 de 2024 08:00 a. m.
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Dicen que "el que no conoce a Dios, a cualquier santo le reza", pero cuando uno se acerca a los 40, reza por todo: por las rodillas, por las deudas, por el corazón roto y hasta por la cabeza que, en estos días, duele más que golpe de dedo pequeño del pie contra borde de la cama. No es que la vida antes de los 40 haya sido un paseo por el parque, pero, ¡ay, Dios mío! Lo que no te contaron es que con cada cumpleaños, los dolores se van acumulando como la deuda de la tarjeta de crédito en diciembre.

Comencemos con los dolores físicos. Ya no es solo la "rodilla de futbolista" que se resentía después de un partidito de fin de semana. No, señor. Ahora los tobillos te recuerdan cada kilito extra que has acumulado y las articulaciones crujen como si llevaras el ‘mandado’ de mamá por varias cuadras. ¡Y ni hablar de esos calores que te hacen sentir como si estuvieras en un asado en pleno Guaduas (La tierra de La Pola) en agosto! Antes, el dolor de cabeza era excusa para no hacer la tarea, pero ahora es la razón por la que buscas cualquier excusa para no ir al trabajo.

Y luego están los dolores económicos. Si antes tus deudas eran como un guayabo que se pasaba con un caldito de la abuela, ahora se parecen más a una tusa de las bravas, de esas que duran y duran. La estabilidad económica se vuelve un espejismo en el desierto, y uno empieza a preguntarse si alguna vez llegará esa estabilidad con la que uno soñaba a los 20. Entre el crédito del carro, el pago de las tarjetas de crédito y pensar en el colegio de Thiago (o de los hijos en sí), sientes que el dinero se va más rápido que las promesas de uno que otro político en campaña que ya conocemos.

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El corazón también duele, y no solo por las deudas. Las pérdidas se van acumulando, y no solo hablamos de seres queridos, sino de esos peludos que te acompañaron en las buenas y en las malas. Perder a una mascota es como un golpe bajo, un recordatorio de que el tiempo no perdona, y que los años pasan, aunque te sigas sintiendo como el ‘pelao’ que vio Toy Story 1 en cine. Sí, esa misma película que ahora tiene su quinta entrega, y con ella, las canas, las arrugas y esos dolores de la nostalgia.

Y hablando de nostalgia, el ego también duele. Ver que ese compañero de la universidad tiene el carro que siempre quisiste o la casa de tus sueños, mientras tú sigues luchando para terminar de pagar el préstamo del matrimonio. Es como un baldado de agua fría, y no hay nada que le duela más al ego que darse cuenta de que no estás donde pensabas estar a esta edad.

¿Y qué decir de la soledad? Esa soledad que llega cuando los amigos empiezan a tener hijos, se mudan a otras ciudades o simplemente desaparecen del mapa. Las fiestas ya no son lo mismo, y los tragos, que antes eran motivo de celebración, ahora solo traen más dolores, tanto físicos como emocionales. El guayabo cerca a los 40 no es un simple malestar; es una experiencia cercana a la muerte que te deja reflexionando sobre cada decisión de vida.

Lo peor es que todos estos dolores no son tan llevaderos porque, según estudios, los hombres no hemos madurado lo suficiente. La Universidad de Oxford nos dio la estocada final al revelar que el cerebro masculino madura mucho más lento que el de las mujeres. Y como si fuera poco, Nickelodeon UK y la Universidad de Valencia nos dicen que esa falta de madurez es la razón por la cual seguimos comportándonos como niños grandes hasta bien entrada la cuarentena.

Por último, está el miedo a lo que viene. Porque si los 40 ya se sienten como el inicio del fin, ¿qué nos espera a los 50? Es el miedo al "qué vendrá", ese miedo que te hace cuestionarte si podrás seguir soportando los dolores que la vida te va lanzando. Y ahí, entre dolores y miedos, uno se da cuenta de que no hay película de Pixar que te prepare para este momento de la vida.

A pesar de todos los dolores y miedos, llegar a los 40 también trae una alegría innegable. Es en esta etapa donde empiezas a valorar las pequeñas cosas, como una buena charla con amigos, un café tranquilo por la mañana o el simple hecho de despertar un día más con la certeza de que has aprendido a reírte de la vida.

Los 40 te regalan la sabiduría que solo se consigue con los años, el entendimiento de que no necesitas tenerlo todo para ser feliz, y la serenidad de saber que, aunque el cuerpo duela, el alma está más fuerte que nunca. Sí, los 40 pueden doler, pero también son la prueba de que has sobrevivido, y que cada arruga, cada cana y cada cicatriz cuenta una historia de lucha y, sobre todo, de vida… Bueno, algo así me explicó papá.

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