El camino del medio no está en el medio
Sobre la búsqueda de equilibrio, la polarización y la vida secreta de los extraños.
El primero de octubre me subí al carro de Carlos Andrés para ir al aeropuerto de Bogotá. Vi que me iba a recoger en un Renault Megane y pensé: es un carro familiar y una elección poco común para una familia joven, entonces probablemente es un padre familia y no creo que tenga menos de 50 años”.
Me encanta intentar adivinar la vida de los extraños que me cruzo. Pero, como buena introvertida, jamás paso de un “¿cómo está?” y no tengo ninguna intención de confirmar o desmentir las historias que me imagino.
La cosa es que con Carlos Andrés no solo no di en el blanco, sino que me encontré un ser tan aparentemente contradictorio que llevo 27 días dándole vueltas a una idea abstracta que pienso desentramar aquí con ustedes.
Calculo que este personaje tendría unos 40 años, pero estaba vestido como si tuviera 70: camisa de rayas de mangas anchas, chaleco de lana muy vintage, un pantalón que no recuerdo pero fácilmente podría haber sido de pana y el pelo perfectamente aplastado hacia un lado. Me dio la impresión de ser un poco tímido y acartonado.
Hasta ahora, no íbamos muy lejos de mi historia, excepto por su edad. Pero, aproximadamente 30 segundos después de subirme, sin aparente consideración por la llamada que yo estaba atendiendo, este señor de pelo aplastado, chaleco de lana y carro familiar, puso heavy metal a un volumen ensordecedor. Y cuando digo heavy metal es literalmente heavy metal, no un “rockcito pesado”.
Si les digo que me quedé desconcertada, es poco. Me sentí arrastrada por un péndulo que rápidamente ubicó a Carlos Andrés en el extremo opuesto de mi historia imaginaria.
Unos minutos después, pasamos frente a una iglesia y Carlos Andrés se persignó. No se santiguó simplemente, se persignó: primero la cruz en la frente, después en la boca y luego en el pecho. Y otra vez el péndulo se fue al otro extremo. ¿Será que después de todo si era un señor tradicional y lo del heavy metal era un placer culposo que no podía disfrutar en su casa?
Finalmente, para completar esta receta perfectamente agridulce, Carlos Andrés recibió una llamada de un amigo en la que coordinaron una salida a tomar cerveza. No sé por qué, aún en este punto, me sorprendió el tono coloquial y las coloridas expresiones callejeras, por no decir vulgares, de esta conversación.
Por fin me rendí y dejé de intentar descifrar a este personaje de 40 años que viste como uno de 70, se aplasta el pelo hacia un lado y maneja un carro familiar pero escucha heavy metal, se persigna cuando pasa frente a una iglesia, toma cerveza un miércoles y por cómo se expresa, pareciera tener más calle que Rosario Tijeras.
Mi experiencia con Carlos es un microcosmos de un fenómeno que me causa mucha curiosidad y del que se habla mucho por estos días: la polarización.
Usualmente hablamos de polarización en el contexto político, pero realmente toca todas nuestras pugnas culturales, e incluso personales: la creciente tendencia de las tradwives (esposas tradicionales) versus el feminismo radical, el debate sobre ciencia versus espiritualidad, el auge de las dietas veganas frente a la defensa de dietas carnívoras o “ancestrales”, el consumismo versus el slow living. Y podría seguir eternamente, pero creo que ya me entendieron.
La dualidad y la polaridad vienen dentro del paquete de nuestra configuración por defecto. En el Tao Te Ching, Lao Tsé dice: "Cuando todos en el mundo entienden la belleza como belleza, entonces surge la fealdad. Cuando todos entienden el bien como el bien, entonces surge el mal."
La idea de que algo pertenezca a varios lugares, y a ninguno al mismo tiempo, desafía nuestra forma de concebir las cosas en términos absolutos.
Es mucho más fácil totalizar una ecuación y ubicar una experiencia, una persona o una idea en un lugar específico y conocido para nosotros, que aceptar la ambigüedad y la ambivalencia de su naturaleza incierta.
Si no eres de derecha, eres de izquierda, si Carlos Andrés no es metalero, entonces es tradicional. Y si de repente te acercas al centro, los que están más cerca de algún extremo, automáticamente te ubicarán en el extremo contrario al suyo.
El principio hermético de polaridad explica cómo los opuestos son en realidad dos extremos de la misma cosa, iguales en naturaleza pero diferentes en valor. Dice el Kybalion “Los pares de opuestos pueden ser reconciliados; los extremos se encuentran; todo es y no es al mismo tiempo.”
A veces pienso que no es del todo mala la polarización actual, porque es innegable que hay un regalo que se ha empezado a revelar: el espectro de la realidad es mucho más amplio de lo que podíamos concebir. Nuestro péndulo llevaba mucho tiempo retenido en un extremo, y al soltarlo, hemos visto qué tan amplia puede ser su oscilación.
Y entonces, aquí estamos, en un mundo y en una mente polarizados, intentando desesperadamente encontrar el camino del medio como un punto equidistante donde por fin se equilibren las cargas de los polos opuestos, sin considerar que la realidad puede abarcar y superar las oposiciones.
¿Y si el camino del medio no está en el medio?
El equilibrio del sistema nervioso humano no radica en un punto medio, ni en un estado específico de balance, sino en la flexibilidad de oscilar constantemente en el espectro completo. Si se queda atrapado en cualquier punto del camino, incluso en la calma, se desregula, porque no puede responder a las demandas del entorno.
Aquí hay una pista importante para encontrar el tan buscado equilibrio. El “medio” sigue siendo un punto referenciado por la dualidad, sigue siendo estático.
El verdadero camino del medio es la flexibilidad. Esta es la única forma de hacer las paces con la naturaleza ambivalente y aparentemente incoherente de nuestra realidad.
A lo mejor, el camino del medio es conocer a un señor católico de 40 que parece de 70, maneja un carro familiar, escucha heavy metal y por su forma de hablar podría ser un personaje de una película de Víctor Gaviria y disfrutar ser arrastrado por el péndulo que se mueve rápidamente de un lado a otro sin detenerse por mucho tiempo en el camino.