¡A la calle!

Las manifestaciones de ayer deberían ser la muestra del tránsito hacia una cultura de movilizaciones pacíficas para defender o criticar a un Gobierno.


Mauricio Jaramillo Jassir
jun 08 de 2023 07:41 a. m.
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Una nueva jornada de movilizaciones se cumplió como respuesta al llamado del Gobierno para apoyar las reformas. Esto ocurre en medio de una polarización en aumento y cuando la administración Petro enfrenta el escándalo por las revelaciones de los audios de Armando Benedetti. Todo se terminó saldando con el despido, no solo su embajador en Caracas, sino de la cabeza de Gabinete, Laura Sarabia, duro revés en términos de aceptación y para su margen de maniobra de cara a las reformas.  

Petro convocó a marchar para adelantarse a lo que en repetidas ocasiones ha denunciado como un "golpe blando" en su contra orquestado por la oposición, los medios de comunicación “hegemónicos” -como los denomina- y la Fiscalía. A diferencia de los golpes duros que se sucedieron en América Latina en la segunda mitad del XX, cuando militares expulsaban del poder a gobiernos de corte progresista como Árbenz, Bosch, Goulart o Allende, los blandos consisten en el uso, o más bien abuso, de las instituciones democráticas para, de manera ilegítima, interrumpir un mandato y alterar el orden constitucional (ver mi columna en Noticias RCN del 3 de marzo de 2023).

El principal objetivo de Petro se habría logrado, pues puso de manifiesto una capacidad de convocatoria que no parece diezmada. De intentarse cualquier aventura para removerlo del poder, habría una base dispuesta a defender en las calles la opción más votada el 19 de junio de 2022. Para muchos, el mandatario se equivoca, pues se ha olvidado de gobernar y parecería estar en campaña en un momento en el que se necesita con urgencia su gestión. Para otros, en contraste, se trata de un acierto en la medida en que disuade el golpe blando en ciernes y la comprobación del talante gaitanista que tanto ha reivindicado. 

Algunos sectores de la oposición han reaccionado con torpeza frente al escándalo y en el afán por convertir en realidad los vaticinios apocalípticos de un Gobierno Petro, han salido a reclamar su renuncia, como en el caso de Federico Gutiérrez, o la intención de iniciar un juicio político, como Miguel Uribe Turbay o Miguel Polo Polo. El Senador Uribe Turbay incluso llegó a afirmar que se trataba “del mayor escándalo de corrupción en la historia de Colombia”, algo que no termina de convencer, no solo por las dimensiones lejanas aún de Foncolpuertos, Chambacú, Odebrecht o Reficar, sino porque estamos frente a un estadio de la investigación en el que difícilmente se puede llegar a conclusiones.

La información sobre los audios y las interceptaciones, aunque de una gravedad inocultable, está lejos de haberse despejado. A la fecha no hay nada contundente que haga pensar en responsabilidad directa del mandatario. Ha brillado por su ausencia una figura opositora con el aplomo suficiente y lectura a largo plazo. 

En medio de una tirante coyuntura, los errores no son exclusivos de la oposición. A pesar de las advertencias sobre una estrategia de comunicación alejada de los canales institucionales y aunque bien intencionadamente busca conectarse con la gente, Petro insiste en señalar directamente a los medios.

Ayer en tarima apuntó a la Revista Semana como responsable de las decisiones del CTI o Fiscalía, un señalamiento que desdibuja la doble condición del presidente, como cabeza de Gobierno, pero también como representante de la unidad nacional. Si bien está en el derecho de defenderse, comete un craso error porque en lugar de debatir ha preferido los señalamientos de consecuencias nefastas sobre la libertad de prensa y la seguridad de los comunicadores. Ayer fueron agredidos cinco periodistas en un hecho preocupante y que debe ser repudiado por el gobierno, sin ninguna contemplación.

Las manifestaciones de ayer deberían ser la muestra del tránsito hacia una cultura de movilizaciones pacíficas, tanto para defender un programa, como para criticar a un Gobierno. Colombia debe dejar atrás, de una vez por todas, jornadas de protestas que terminan en desapariciones, torturas, vandalismo y en los peores casos, en la muerte de manifestantes o miembros de la Fuerza Pública. Bienvenida una cultura de la deliberación.

Profesor de la Universidad del Rosario 
@mauricio181212

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