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Neutralidad

Parece haber poca recepción para las posiciones de neutralidad en la guerra en Ucrania que hacen un llamado para una salida negociada en el corto plazo.


Mauricio Jaramillo Jassir
abr 20 de 2023 06:35 a. m.
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Parece haber poca recepción para las posiciones de neutralidad en la guerra en Ucrania que hacen un llamado para una salida negociada en el corto plazo. Las declaraciones del presidente brasileño Luis Inacio Lula da Silva exigiendo un diálogo que ponga fin a la violencia y acusando a la OTAN y a Washington de alentar la guerra, fueron muy mal recibidas en Europa y Estados Unidos.

Desde que fuera elegido Lula, se sabía que era posible que Brasil asumiera un rol de liderazgo regional y global que con Jair Bolsonaro resultaba imposible, no solo por la ausencia de voluntad, sino por la poca credibilidad. 

El actual presidente brasileño ha decidido asumir un papel más activo en la guerra que, poco a poco empieza a normalizarse y lo más lamentable se equipara peligrosamente la neutralidad con la condescendencia o simpatía con Moscú. La exigencia de que se dialogue cuanto antes, responde a la necesidad de detener la violencia y en el caso de Lula como ha ocurrido con otros líderes latinoamericanos, incluido Petro, no es incompatible con la condena a la invasión rusa a territorio ucraniano. 

A raíz de estas declaraciones, Lula tuvo que repetir que condenaba la violación a la integridad del territorio ucraniano, pero que era indispensable pensar en una salida negociada y abandonar la retórica de apoyo a la confrontación que, en EEUU y Europa sigue marcando la pauta.

Las declaraciones de Lula quien intenta posicionarse como líder del Sur Global (antes Tercer Mundo) deben entenderse como un pedido por avanzar hacia un “mundo multipolar” donde el orden no siga dependiendo exclusivamente de EE. UU., sino en la convergencia de otros poderes. 

Hace exactamente un año, Moscú decidía modificar su estrategia y abandonar el asedio a Kiev por el norte. En reacción, europeos y estadounidenses se apresuraron a vaticinar la derrota rusa. Si bien es cierto que Moscú debió modificar el curso de la guerra, así como sus ambiciones para el cambio de régimen en Ucrania, también lo es que rápidamente se adaptó a las nuevas circunstancias. Europa y Estados Unidos siguen insistiendo en que se impondrán descartando cualquier negociación. Los muertos los siguen poniendo del lado ucraniano y ruso.

La neutralidad de Brasil, y otros latinoamericanos, no debe interpretarse como apoyo a Rusia, sino como una postura coherente para evitar la idealización de la guerra, y consistente con las posiciones históricas. A comienzos de siglo, tanto Brasil como China se opusieron férreamente a la guerra en Irak en la que se aplicó una doctrina similar “el que no la apoya, está en contra de EE. UU. y es condescendiente con el terrorismo”.  

En Colombia la polémica ha sido la similar por la postura del gobierno de no enviar armas a Ucrania, pues se cree que ese tipo de acciones prolongan la guerra. Varios medios y analistas consideraron que había en esa muestra de neutralidad una supuesta alineación con Moscú, idea que desconoce la posición histórica de América Latina sobre la necesidad de apelar al diálogo para resolver las controversias entre Estados. En 2003 cuando el gobierno de Álvaro Uribe apoyó efusivamente la guerra en Irak (único latinoamericano junto a Guatemala y Nicaragua en hacerlo) o Juan Manuel Santos hizo lo propio con la invasión de la OTAN a Libia, la izquierda colombiana, hoy en el poder, condenó enérgicamente los hechos.

La presión sobre Brasil y en general sobre los latinoamericanos para apoyar, a cualquier precio, la posición de Occidente en la guerra en Ucrania también es una forma de aferrarse al orden actual y evitar una transición hacia un mundo multipolar. El poder de Estados Unidos no solo se expresa en las capacidades militares de despliegue o en la tenencia de armas nucleares, sino en la hegemonía del dólar como base del sistema financiera mundial. 

Es bien sabido que China desplazará a EE. UU., como la primera economía del mundo en tamaño, pero el poder lo sigue preservando Washington por la posibilidad de emitir la moneda de cambio por excelencia.  El dólar representa más del 60% de las reservas de los Estados y más de la mitad del comercio internacional. La visita de Lula a China y el apoyo declarado a un sistema de intercambios que esquive el dólar, es en realidad, la principal inquietud de EE. UU. 

Las sanciones financieras impuestas a Moscú obligaron a una aceleración de los acuerdos en el Asia Pacífico para ir hallando alternativas al dólar. No solo se sigue avanzando en el comercio entre China y Rusia, sino que los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSEA) anunciaron la voluntad de intercambiar apelando a sus monedas nacionales. Todo ello conspira contra un sistema internacional hecho a la medida de las grandes potencias de Occidente. Brasil, a quien se acusa de complacencia con Rusia, ha sido coherente con su aspiración de avanzar hacia un mundo con mayores equilibrios y menos imposiciones. El costo de semejantes desequilibrios para el Sur Global, incluida Colombia, ha sido altísimo.

Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212

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