Petro ¿hacia una revolución autoritaria?
Cometió el error de afirmar que de no producirse las reformas habría una revolución, una afirmación innecesaria, pero que debe ser entendida en su contexto.
El discurso de Gustavo Petro el 1ero de mayo provocó una oleada de reacciones que, en su mayoría, apunta a denunciar un grave atentado contra el Estado de derecho y a advertir lo que podría ser la antesala de un autoritarismo en el que se intimiden, amenacen o hasta se anulen las otras ramas del poder público (legislativa y judicial).
No obstante, las afirmaciones del mandatario no deben entenderse como un atentado al orden constitucional, sino como un recurso a la movilización social para lograr la aprobación de reformas en lo que el propio gobierno identifica como columna vertebral de la denominada revolución social: salud, trabajo y pensiones. Aunque algunas afirmaciones de Petro sean justificadamente polémicas y otras innecesarias, como la premonición de una revolución en caso de que no se concreten los cambios, no son asimilables como atentados contra la democracia.
Es comprensible que en una fecha que conmemore el derecho al trabajo un gobierno que se reclame de izquierda progresista, aproveche la coyuntura para recordar que su bandera ha sido el cambio. El shock que provoca el llamado “balconazo” también se explica porque el país se habituó a una política oficial que, en las ultimas décadas, no había tenido capacidad de convocatoria y en la que el dogma de la tecnocracia hace pensar peligrosamente que cualquier asomo de oratoria destinada a la movilización de masas, constituye una expresión de demagogia autoritaria.
A Petro se le debe juzgar por sus acciones y declaraciones, pero algunas presunciones parecen producto del afán por replicar lugares comunes acerca de su supuesta naturaleza castrochavista. Para la muestra, el hecho de convertir el pedido a la movilización y presión para la aprobación de las reformas, en un vaticinio para una democracia plebiscitaria en la que se recurre al voto directo para acelerar los cambios.
Está bien advertir sobre los riesgos que entrañaría la aprobación de su paquete reformas por la vía del constituyente primario (como intentó Álvaro Uribe en 2003, sin éxito), pero hasta ahora, nada parece indicar que se avance en tal dirección. Tampoco es cierto que se haya insinuado una reelección -no reconocida por Constitución- y para la cual sería necesario una modificación en la carta magna que provocaría un justificado terremoto político.
La exigencia fue trabajar el doble de tiempo porque el oficialismo -tanto ejecutivo como Congreso- se da cuenta de que, en los poco más de tres años que restan, será imposible concretar las promesas de campaña.
El actual mandatario cometió el error de afirmar que, de no producirse las reformas, habría una revolución. Se trata de una afirmación innecesaria, pero que debe ser entendida en su contexto.
Colombia ha vivido décadas de violencia en buena medida por el carácter excluyente de su sistema económico y un modelo de desarrollo que no consigue reducir la concentración del ingreso (Gini cercano al 0,53). En el colmo de la apatía y desconexión, políticos del Centro Democrático apoyados en tesis poco aplicables, pero de singular atractivo, han sugerido que la tal concentración no es mala, por el contrario, es materia prima para sacar a millones de la pobreza. Semejante panorama de exclusión ha provocado estallidos sociales en toda América Latina, incluso en países acostumbrados a la estabilidad como Chile o la propia Colombia y en otros más familiarizados con la convulsión como Bolivia, Ecuador, Haití o Perú.
Los estallidos ocurridos en noviembre de 2019 y a mediados de 2021 en el país -sobre los cuales Petro no puede reivindicar paternidad, pues los pedidos lo sobrepasan ampliamente- son una muestra de un país que no es viable sin cambios estructurales en el establecimiento (no solo en el gobierno). Petro no dispone de un mandato sin límites otorgado en las urnas y debe conseguir mediante consensos, los apoyos en el Congreso para lograr lo que denominó la base de una revolución social. De eso se trata el carácter deliberativo de la democracia, que no puede ser reemplazado por la movilización social, necesaria mas no suficiente.
Ñapa: Iván Duque no hubiese podido dar un discurso de esta magnitud por ausencia de capacidad de convocatoria. Los únicos mandatarios con ese margen del último tiempo son Petro y Uribe, más parecidos de lo que estarían dispuestos a reconocer.
Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212