Consecuencias psicológicas del fracaso educativo

Su nivel educativo, que decide aspectos cruciales de la existencia humana como la ocupación, ingresos y valoración social.


Miguel de Zubiría
jul 02 de 2021 06:00 a. m.
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En la sociedad actual la educación decide tres aspectos fundamentales de cualquier adulto: su ocupación futura, sus ingresos y su valoración social. Estos tres componentes quedan fijos hasta el fin de sus días. Sin embargo, millones de estudiantes fracasan. Algunos ni siquiera ponen un pie en su escuela. Se habla de fracaso educativo como si fuese único, sin serlo para nada. Debemos diferenciar al menos tres niveles con causas y consecuencias muy diferentes. 

El primer y más grave fracaso ocurre al salir del sistema educativo sin concluir grado 11, sin título de bachiller. Este niño o joven se condena de por vida a ser un trabajador informal, con ingresos casi siempre inferiores a un salario mínimo y pésimamente valorado. Le ocurre al 40%, ¡a 10 millones de adultos! Si los agrupamos llenarían cien Plazas de Bolívar repletas, con las cuales cualquier partido político podría realizar cada día manifestaciones de enorme descontento social. Les hallo toda la razón para protestar: su sociedad los dejó en un triste limbo existencial. 

Con consecuencias psicológicas aterradoras. Este niño de por vida será un fracasado, así lo percibe e igual sus sacrificados padres, quienes pusieron en él sus esperanzas. Ni me quiero imaginar su autoconcepto. ¿Es posible detener esta tragedia? Al menos Corea de Sur logró bajar la deserción a solo 3 de cada 100 niños. ¿Por qué ellos sí y nosotros no?

El segundo gran fracaso académico le ocurre a quienes superan la primera difícil etapa, pero no ingresan a una formación técnica, ni tecnológica, ni menos profesional; o fallan antes de titularse. Le ocurre a un número enorme de nuestros actuales adultos, otros cuatro de diez. ¡En números brutos otras cien Plazas de Bolívar! 

Pierden estos jóvenes al desertar al último momento, ante ellos mismos y sus familias. Y como no saben hacer nada, sus años de educación carecen de valor laboral, que pueden ser doce o quince. No son electricistas, ni plomeros, ni comunicadores, ni ingenieros, ni médicos. No cuentan con competencias laborales certificadas, y así ocurrirá de por vida. Su ocupación semeja la de los no bachilleres. Sus ingresos son bajos, entre uno y dos salarios mínimos, y su valoración social pobre. Todos pierden con su pérdida educativa. 

Y nos resta considerar un tercer grupo de fracaso educativo. Jóvenes quienes concluyeron su carrera, por ende, poseen las destrezas intelectuales necesarias para ser profesionales; pero les falla el componente afectivo-motivacional: La que estudiaron hasta finalizarla no era la carrera de sus sueños. ¿Entonces, cuál sí? ¡Ni idea, la desconocen! Su colegio no le invirtió tiempo al necesario autoconocimiento. Le enseñó cantidad de matemáticas, ciencias, sociales, lenguas, pero nada de autoconocimiento. La materia más importante de todas. 

¿Y tú, estudiaste la profesión de tus sueños, tienes el mejor trabajo e ingresos, y te admiran por tus aportes sociales? Si tu respuesta es no en alguna, sitúate en una de las tristes categorías del fracaso escolar. 

*Miguel de Zubiría. Psicólogo, Creador de Pedagogía conceptual

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