Venezuela: la tibieza de Petro
Tal vez no alcance cada voto que cada venezolano dio por Edmundo, pero sí alcanzó para desenmascarar a quienes son cómplices silenciosos de la dictadura.
“Maldito sea el soldado que apunta su arma contra su pueblo” sentenció alguna vez el libertador Simón Bolívar. Qué diría ahora si viera cómo las Fuerzas Armadas del dictador Maduro no solo apuntan, sino que matan y secuestran a los venezolanos que luchan y batallan en las calles por un sueño: ser libres.
¿Qué diría de alguien que usa, con regularidad, su frase en diferentes escenarios, pero que calla cuando más debería reivindicar esta consigna? ¿Qué pensaría de quien no rechaza la infamia y la opresión contra el mismo pueblo del libertador?
El silencio vergonzoso frente a la represión en Venezuela es de quien más habla de paz por estos tiempos, de quien habla del derecho a manifestarse y del poder de la gente en las calles. El silencio es de nuestro presidente que se tomó tres días para pronunciarse ante el robo del año y que ni se inmuta frente a los 17 venezolanos que están desaparecidos.
El silencio es de quien aseguró que “no es un gobierno extranjero el que debe decidir quién es el presidente de Venezuela”, es del presidente que fue declarado como persona non grata en Perú, tras decir que "en Perú, los policías marchan como nazis, contra su propio pueblo”, cuando Pedro Castillo fue destituido por el Congreso después de su fallido autogolpe de Estado.
El silencio es de quien habla de Palestina a diario, de quien rompe relaciones por Twitter con Israel, pero quien se hace el de la vista gorda frente a la tiranía de Maduro. Nuestro presidente no respaldó el voto del venezolano que decidió elegir a Edmundo González como su presidente y que dijo: no más, Maduro.
Y con esa misma incongruencia se manejan las relaciones diplomáticas en Colombia. Se manejan con conveniencia y con doble moral. Se acomodan con mensajes públicos diciendo que hay graves dudas alrededor del proceso electoral de Venezuela, pero vuelven y se acomodan en silencio al abstenerse de votar la resolución de la OEA que pedía a Venezuela publicar las actas de las elecciones y permitir una auditoría independiente. ¡Cuánta incoherencia!
El Gobierno colombiano ni siquiera ha rechazado la detención abrupta y violenta de opositores como Freddy Superlano. ¿De qué lado de la historia está el que no rechaza los abusos de un tirano como Maduro? Ese dictador al que alguna vez criticó el candidato Petro, pero a quien ha visitado en, por lo menos, cinco ocasiones, como presidente de Colombia. Haciendo campaña dijo en una entrevista radial “de Maduro tengo serias desconfianzas… me parece un tipo incapaz”.
¿A dónde fueron a parar esas desconfianzas? Ese doble discurso y ese mutismo selectivo ha dejado tan mal parado a nuestro presidente que nos ha hecho elogiar al mandatario de Chile, Gabriel Boric, quien siendo de izquierda se desmarcó, desde el primer momento, del fraude electoral y rechazó el baño de sangre que prometió Maduro, amenaza que ni sonrojó al Presidente Petro. Boric con menos años y con menos experiencia le ha sabido dar cátedra a su homólogo colombiano.
No respaldar la decisión de los venezolanos es validar una farsa, es deslegitimar la unión de un país que creyó alguna vez en un cambio y hoy está sumido en la pobreza y en la frustración de vivir liderado por un tirano tan perdedor como charlatán. Que se caigan las máscaras como se cayeron las estatuas de Chávez.
Tal vez no alcance cada voto que cada venezolano dio por Edmundo, pero sí alcanzó para desenmascarar a quienes son cómplices silenciosos de la dictadura.
Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho, decía Simón Bolívar. Usted y yo sabemos quién es el tirano y quién lleva con gallardía las banderas de la rebelión en Venezuela. Esa rebelión tiene nombre de mujer y se ha ganado el respeto del mundo. Ojalá nuestro presidente le diera a ella su lugar.