¿Qué hace falta para que nos unamos?
Como millones de colombianos, estoy de luto. Tuve el privilegio de conocer a Miguel Uribe en distintos escenarios: un hombre íntegro, inteligente y con una admirable inteligencia emocional, una cualidad que, en el mundo de la política, es tal vez la más valiosa
Era un líder joven, tenaz, trabajador y con una capacidad única para conectar con las personas.
Miguel era un político aplomado, consciente de la necesidad y el deber de trabajar por causas mayores, incluso por encima de sí mismo. Lo vi en acción como compañero de oposición en marchas, eventos y todo tipo de iniciativas. Siempre mostró una disposición generosa y una entrega desinteresada, algo poco común en un entorno tan competitivo y cargado de egos como la política colombiana.
Además, era una persona sencilla y cálida. Recuerdo que, cada vez que nos encontrábamos y lo saludaba con un “Senador, ¿cómo está?”, él, con cariño y tras varios encuentros, me decía: “Nicolás, ¿cómo hago para que me llame Miguel?”. Entre risas, yo insistía con respeto y admiración: “Algún día, Senador”. Así era él, como diríamos los cachacos, “¡un gran tipo!”.
Sé, de corazón, que Miguel tenía a Colombia como su causa principal. En una conversación en su casa, junto a mi padre, nos compartió con claridad su convicción: la oposición debía unirse para derrotar al petrismo en 2026. Es una premisa que muchos compartimos, pero que, por alguna razón, parece imposible de materializar. Es como una tarea del colegio que sabemos que debemos hacer, pero que, como malos estudiantes, dejamos para última hora, confiando en que, con suerte, “nos irá bien”.
Hablar de esto ahora puede parecer precipitado. Algunos dirán que deberíamos guardar silencio, reflexionar y entrar en una etapa de moderación y pasividad política. Pero creo que eso sería un grave error. Es precisamente lo que buscan quienes ordenaron el asesinato de este joven senador y, permitir que el petrismo consolide su ventaja, especialmente con la consulta de octubre, sería ceder aún más terreno y ahondar en el error.
Este atentado, que huele a crimen de Estado, ha desestabilizado y fracturado a la oposición. La política del miedo y la falta de garantías son parte del problema, pero no el único. Las ambiciones de decenas de candidatos que buscan protagonismo, las peleas entre los más viables y la falta de diálogo profundo entre los líderes de los partidos opositores —que solo se reúnen para emitir comunicados o tomar cafés esporádicos sin resultados concretos— son obstáculos que deberían quitarnos el sueño.
Colombia espera más, mucho más. Los colombianos no solo exigen liderazgo, sino madurez para enfrentar el desafío más complejo de nuestra historia republicana. No basta con ganar las elecciones; hay que gobernar en un contexto de crisis. Debemos hablar ya de acuerdos programáticos y difíciles para evitar el colapso del sistema de salud, la crisis fiscal, un apagón energético o, peor aún, una revolución armada impulsada por grupos terroristas y narcotraficantes.
Hoy, con la centro-derecha y la derecha divididas, el petrismo o el santismo tienen el camino libre para vencer. La memoria de Miguel Uribe nos obliga a actuar. Unirnos no es una opción, es una necesidad. ¿Qué más hace falta para que lo entendamos?