Ole a Brasil, ¿en serio?

El problema es cuando esta expresión es la consecuencia de una mentalidad perdedora, de una actitud conformista y de un imaginario ausente de ambición.


Tomás Tibocha
jul 05 de 2024 04:03 p. m.
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El Brasil-Colombia de hace unos días fue uno de esos partidos que intrigan incluso a los que no les gusta el fútbol; fue una de esas fechas que contagian la actividad comercial, venden camisetas y mueven las apuestas; y fue de esos eventos que hacen parecer una crisis ministerial o, incluso, una propuesta de Constituyente como noticias secundarias. Y si además del festivo del día anterior, la temporada de vacaciones, y el arranque del segundo semestre, se le suma el “oleee, oleee” que se cantó desde las tribunas, cualquiera podría pensar que la selección estaba goleando.

El punto es que no lo estaba. Es más, ni siquiera estaba ganando; y para que se confunda todavía más, aunque el VAR fue protagonista, también lo fue Camilo Vargas, el arquero bogotano. Y es que la burla no empezó en el tiempo de reposición o cuando faltaban escasos minutos para los 90’, como tradicionalmente se ha hecho frente a rivales complicados; no, el chistecito arrancó al minuto 68: un sonoro y acústico “ole”, que con cada pase intrascendente de nuestros jugadores, se emitía por la televisión internacional.

Es cierto, Colombia pudo haber ganado, Rafael Santos Borré la desperdició estando solo, muy solo, y el gol de Dávinson Sánchez pudo haber sido perfectamente; pero también pudo haberlo sido el remate de Andreas Pereira sobre el final del partido, que dio pie a la atajada del encuentro y ratificó al arquero Vargas como una de las figuras.

“¡Ay, ya, tampoco es para tanto! Al fin y al cabo, ¿cuántas veces se le juega de ‘tú a tú a la poderosa Brasil?”. A eso es, justa y tristemente, a lo que voy. Es tal la mentalidad de resignación, la cercanía con la derrota y la costumbre hacia lo poco, que sentirnos a la altura de la contraparte, como debería ser, es motivo de risa, de risa nerviosa.

Nos es tan ajena la sensación de victoria, la posibilidad de vencer o la experiencia de ser competitivos, que nosotros mismos nos saboteamos. Ya ni siquiera se busca provocar al rival con la ventaja, así fuese por la mínima diferencia, ahora se hace con el empate, cuando literalmente lo que se ha alcanzado, con gran esfuerzo, es ser como el otro.

¿Por qué el “ole” con un empate y cuando todavía falta casi media hora de partido? Alguno diría que es una reacción en cadena y en masa al chiste de algún borracho; quizás, pero este bochorno no es la primera vez que pasa. Este escenario se ha vuelto recurrente, en especial en los partidos importantes. Quizás se hace porque vernos vencedores no coincide con la imagen interna de lo que es ser colombiano, se vuelve incómodo, casi intolerable, es necesario canalizar ese ruido de alguna forma.

Por supuesto, no se puede generalizar. Esa actitud no es el común denominador de todos en este país; sin embargo, cuando en un estadio con capacidad para 70.000 personas, como la tiene el Levi’s Stadium de Santa Clara, California, el “ole” se vuelve el sonido predominante, sí se puede hablar de tendencia representativa. Tal como también ha ocurrido en el Metropolitano Roberto Meléndez de Barranquilla.

En últimas, el problema no es el “ole” per se. Personalmente, también me he divertido al cantárselo a un rival, es parte de la tradición y el goce en el fútbol. El problema es cuando esta expresión es la consecuencia de una mentalidad perdedora, de una actitud conformista y de un imaginario ausente de ambición, como pienso que es el caso acá.

Aunque genera alegría e ilusión clasificar como primeros en el grupo y ostentar un gran invicto, tampoco hay que olvidar que no pasamos del empate con una Brasil venida a menos, que no contó con Neymar. No es quitarle crédito a los jugadores, ellos juegan su partido aparte, es, simplemente, reprochar la autoestima de lo que a veces somos como colectivo. Oleee.

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